X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Las manos de espuma

Gabriela Núñez, 16 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

Aquella mañana Juan se levantó un poco desorientado; había tenido una horrible pesadilla. Aun así decidió hacer lo de todos los días, pero sin espíritu de rutina, pues se trataba de un nuevo día para reencontrarse con ella.

Después del trabajo tenía pensado acudir al lugar donde la conoció. Desde allí se contemplaba una sucesión de paisajes: la playa y el mar azulado, las montañas (unas verdes y otras de un pétreo gris), el cielo de un tono distinto al del mar, en ocasiones de un rosáceo anaranjado de belleza inigualable.

Cuando llegó a la oficina no podía quitarse de la cabeza su pesadilla. Las imágenes le llenaban la cabeza. Pero ella estaba ahí, seguía junto a él, estaba seguro.

Un compañero se le acercó.

-¿Te ocurre algo?

Juan estaba muy confuso. ¿Por qué le hablaba de ese modo? Enseguida lo comprendió: su sueño era realidad.

Salió de la oficina. Su rostro reflejaba confusión, tenía en la cara una honda mueca de dolor.

Rescatando sus recuerdos se veía en el acantilado. Y la veía a ella con su sonrisa. No era la mujer más bella del mundo, pero para él no existía otra que no fuera Teresa, pues llenaba su corazón.

Cuando llegó se quedó de pie en la fría arena, sin inmutarse. Tras un largo rato se quitó los zapatos, avanzó y, al llegar a la orilla, se desplomó. Acababa de verlo todo con claridad.

Recordó aquel último encuentro: una manta, la cesta con comida… Fue entonces cuando se decidió a pedirle matrimonio con un anillo que encajaba a la perfección en el anular de la mano derecha de Teresa.

Juan encendió un cigarrillo para sentir algo de calor. Dio una calada y expulsó el humo poco a poco. Ella también era como el humo, pues se disipó.

Teresa quiso celebrar su compromiso con un chapuzón en el mar. Era octubre y el agua estaba demasiado fría, pero no se lo pudo negar. Teresa se metió primero. Cuando Juan se dispuso a entrar se dio cuenta de que su vista no podía alcanzarla. ¿Dónde estaba? Entonces la descubrió a lo lejos, luchando contra una corriente. No pudo hacer nada…

El mar estaba embravecido. Sin darse cuenta se había adentrado de nuevo en el agua. Deseaba unirse a ella, pero no podía acabar así porque una vida es muy valiosa. Sin embargo, la fuerza del océano parecía vencerle. Entonces sintió un empujón, un empujón de espuma que había tomado la forma de las manos de Teresa, empeñada en que Juan no dejara de vivir.