XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Las perlas de Hong Kong 

Teresa Franco, 16 años

Colegio Senara (Madrid)

Era la primera vez que Santiago pisaba Hong Kong, y tenía mucha curiosidad por ver cómo era aquella ciudad cuajada de rascacielos. A sus veintiocho años era un joven entusiasta. Quizás por eso le habían contratado para cerrar acuerdos en varios países de Asia y abrir sedes para el banco en el que trabajaba.

Por razones laborales, antes había viajado por América del Sur. Cuando volvía a España le traía un regalo a su madre. Al principio le costó averiguar qué podía hacerle ilusión, pues no era una mujer con aficiones, aunque siempre se mostraba muy agradecida ante los detalles de su hijo, que acabó por descubrir que ella disfrutaba con la joyería. Desde entonces aparecía con pendientes y anillos que luego ella modificaba a su gusto. 

Tenía programados cinco días en Hong Kong, de los que en solo uno podría permitirse visitar la localidad. Aquella mañana se despertó temprano para encontrar algo que llevarle a su madre. Se topó con “El Libro Rojo” de Mao en muchas tiendas cuyos productos no le convencieron. Cuando por fin vio una pequeña joyería, pasó a su interior tras observar el escaparate, donde le habían llamado la atención unas perlas de tono morado. La dependienta le contó que eran características de aquella parte de la costa oriental de China. Santiago preguntó por el precio y se le derrumbó el ánimo, pues excedía con mucho a su presupuesto. Desilusionado, le confesó a la dependienta que no podía pagarlo. Cuando estaba a punto de salir por la puerta, esta le llamó:

–¡Espere Señor!... ¿De verdad desea comprarlas?

–Si tuvieran otro precio… –respondió algo extrañado.

–Entonces, espere aquí un momento mientras le consulto a mi jefe.

Poco después volvió para decirle que le ofrecían las perlas al precio que él pudiera pagar, que era menos de la mitad del que pedían por ellas. Santiago sintió un sudor frío, ¿por qué accedían a semejante rebaja?

La dependienta, al adivinar su preocupación, le dijo:

–Verá, señor, en China tenemos un dicho que dice: “Si pierdes la primera compra, ese día no ganarás dinero>>.

A la mañana siguiente Santiago despegó de Hong Kong convencido de que había sido víctima de una estafa.  Por eso, cuando se las regaló a su madre –a la que le encantaron–, se calló las circunstancias en las que las había adquirido. 

Días después, el joyero al que ella acudió para que se las taladraran se quedó sobrecogido:

–¡Son excelentes!

Aquello fue un alivio para Santiago.

–Me voy a hacer unos pendientes –le anunció su madre con total ignorancia del episodio.