XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Las reglas del juego

Leire Santiago, 15 años

Colegio Ayalde (Vizcaya) 

Miren sintió como si le hubieran apuñalado por la espalda tras leer algunos comentarios sobre ella. Sus ojos de color caramelo se pusieron llorosos a causa del dolor que le causaban aquellos mensajes. Aunque no era un dolor físico, ella lo notaba de manera muy similar.

Estaba en su habitación, sola, junto a la cama, con el teléfóno móvil en las manos, esperando a que le llegaran nuevos mensajes insultándola. Se sentía cansada, harta de que la gente la atacara, de verse como un animal indefenso, en mitad de la jungla, a punto de ser devorado.

«No voy a volver a ser su presa», se prometió. «Voy a cambiar las reglas»

Al día siguiente se dispuso a ir al colegio de una forma distinta a la habitual, más segura, mejor preparada.

Entró en el edificio. Un grupo, al final del pasillo, se giró para observarla con desprecio. Se le acercaron mientras Miren se dirigía a su taquilla, donde cogió los libros de Lengua, consciente de la cercanía de aquella pandilla. Al volverse descubrió que la habían acorralado contra la taquilla. Su pulso se aceleró y todos sus sentidos se agudizaron ante la percepción del peligro. Esperó a que alguno de sus compañeros le dijera algo, que la insultaran como solían hacer. Pero, esta vez, en vez de descargarle malas palabras, hubo patadas y puñetazos.

Miren se encogió para recibir los golpes. Cuando entendió que estaban cansados, aprovechó para contratacar. Ya no era la mosquita muerta de siempre y no supieron reaccionar. Aprovechándose del efecto sorpresa, se alejó de las taquillas, segura de que les había dejado una cosa clara: la presa podía convertirse en depredador.

Aunque Miren se había revelado, tenía la certeza de que la violencia no era el arma indicada para solucionar su problema. Pero no lo tenía fácil. No resulta sencillo convencer con argumentos a aquellos que actúan movidos por el odio.