X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Las sombras

Pilar Aviñó, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Llegaron a la parada a la misma hora. Era muy temprano. El sol aún no había salido y hacía mucho frío. Como siempre, ella se puso cascos y él sacó su móvil. No había nadie más, solo la indiferencia que se palpaba en el aire.

Así todas las mañanas. En esa parada de autobús solo estaban los dos adolescentes, cada cual en sus asuntos. Pero, si te fijabas con más atención descubrías a alguien más. Eran sus sombras, que jugaban al escondite por el suelo y reían y coqueteaban agarradas de la mano. Dos sombras divirtiéndose en la oscuridad del invierno.

Ellos no se daban cuenta de que sus sombras, sin despegarse de ellos, habían entablado una creciente amistad, pero cuando uno de los dos subía al primer autobús, las sombras sentían una profunda tristeza.

Mientras sus dueños pasaban quince minutos indiferentes, ellas, poco a poco, se enamoraron.

Llegó la primavera. Entonces las sombras decidieron que ya era la hora. Una mañana, antes de que el sol delatase su figura, se agarraron de la mano y se marcharon, corriendo por la calle como dos felices enamorados que abren un nuevo capítulo, como la sombra de Peter Pan hacia el país de los sueños.

Nada cambió en la parada, pero cuando llegó el verano ella se extrañó por no ver su proyección en el suelo, pero no le dio mayor importancia. Él, a su vez, ni siquiera lo apreció, absorto en los mensajes que enviaba y recibía.

Las sombras siguen bailando de la mano mientras ríen en algún lugar, lejos de la indiferencia.