V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Llamadora de ángel

Beatriz Píriz Rico, 16 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

Fue ese cascabel el que me abrió de verdad los ojos. Nunca creí en los ángeles, esos seres que dicen que te guardan las espaldas, que te protegen y te guían; seres con principio, pero no con final; seres espirituales, no visibles. Pero mi mejor amigo, Luis, sí creía en ellos. Recuerdo aquellas noches en las que, antes de quedarse dormido, le rezaba a Gabriel, su ángel de la guarda.

-Te pido por mamá, por papá, por la abuelita, que tiene la mano vendada, por mi hermanito Javier y por mi mejor amiga, Ester.

“…y por Ester”. Mi nombre siempre se encontraba al final de sus peticiones. Rezaba por todas las personas que le rodeaba y por todo aquello que le preocupaba. Nada le hacía más feliz que hablarme de su ángel de la guarda.

Luis y yo crecimos, nos hicimos mayores y nos separamos. Los primeros años nos escribimos cartas que aún conservo. Finalmente, el tiempo y la distancia que nos separaba terminó por vencernos y acabó con nuestra relación. Me enteré de que se casó con una chica que conoció en la universidad, Marta, con la que vive en Santander.

Pero con frecuencia pensaba en él, en nuestras trastadas, nuestras conversaciones. Recuerdo una en especial:

-Ester, hoy he vuelto a hablar con Gabriel –parecía no importarle mi gesto de escepticismo-. Le he pedido un favor muy importante. Pero todavía no te lo puedo contar.

-¿Lo sabré algún día?- Luis siempre conseguía que mi curiosidad saliera a relucir

-¡Lo sabrás muy pronto!

Pero el “muy pronto” se perdió por el camino y jamás supe de qué se trataba, hasta el día que llegó a mi buzón una caja con remite de Santander. En su interior encontré una carta. Aquellas palabras impresas me vieron reír y llorar. Luis me contaba que también se acordaba de la conversación que yo no había olvidado, y me explicaba en qué consistía su petición. Como acostumbraba, rogó a Gabriel por mí, pero aquel día exclusivamente por mí. Deseó que me convirtiera en una “llamadora de ángel”, como lo era él, y me describía: “Un llamador de ángel es la persona piadosa que acostumbra a rezar, que da gracias por lo que tiene y ruega que los demás estén bien. Pero esta es la definición que hice de niño. El verdadero llamador lo tienes en tus manos. Espero que lo utilices y que, con él, hagas realidad lo que pedí para ti.”

De esta manera se despedía mi amigo mientras yo miraba incrédula a lo que tenía entre mis manos. Examiné la caja con cuidado. Contenía algún objeto no muy pesado que tintineaba con el más sensible movimiento. Era un pequeño colgante de plata, esférico, en cuyo interior guardaba un cascabel dorado. Este era el llamador de ángel de Luis. Se lo regalaron en uno de sus cumpleaños y recuerdo que me llamó mucho la atención. Supuse que simplemente se trataba de un colgante. Él lo guardó cuidadosamente y no hizo comentario alguno sobre su extraño regalo que ahora me pertenecía.

Luis había vuelto a aparecer en mi vida. Una vez más reanudamos nuestra relación y no fue difícil volvernos a ver.

***

Han pasado bastantes años desde entonces. Mi mejor amigo de la infancia siguió enseñándome a vivir como antes lo hacía. Gabriel seguía presente en él mientras que yo nunca acerté con su existencia. Finalmente conseguí creer gracias a él. Pero lo que siempre tuve claro es que Luis consiguió ser el ángel visible de mi vida, mi protector más preciado.