XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Lo que la lluvia esconde

María Guitián, 16 años

          Colegio Grazalema  

Con un gran salto Pilar se levantó del sofá. Se había quedado dormida y si no se daba prisa, perdería el autobús. Había quedado con una amiga a la que no veía desde hacía tiempo para charlar. No le apetecía mucho verse con ella un sábado a las cuatro y media de la tarde, pero Pilar sabía con cuánta urgencia necesitaba verla.

Con los cordones de los zapatos desatados y el bolso medio abierto, corrió hasta la parada, donde el autobús estuvo a punto de cerrarle la puerta en la cara. Consiguió subirse. Mientras recuperaba el ritmo de su respiración, se sentó en el último asiento, al fondo del vehículo. Se puso los cascos, encendió la música y contempló el paisaje que su ciudad le ofrecía a través de la ventana. El día era gris. No habría tenido muchas ganas de salir de casa si se hubiera fijado en el cielo. Las nubes se agolpaban entre sí para hacerse hueco y descargar el agua que llevaban dentro. Pilar se imaginó entonces que era una nube.

A simple vista parecía una adolescente cualquiera en un transporte público, probablemente para reunirse con amigas o hacer algún recado. Pero Pilar no era una joven más. En cada rincón de su alma se escondían historias que pedían a gritos salir de la oscuridad, pero había algo que lo impedía, y ella no sabía de qué se trataba. Desde pequeña había aprendido a sonreír, callar y obedecer como una nube que sigue el cauce del viento, dejando espacio para que el sol brille y vertiendo su contenido en lugares donde el daño causado fuese el mínimo posible. Normalmente, después de la tormenta venía la calma. Eso se decía para quitarle importancia a su angustia y autoconvencerse de que estaba bien, aunque no fuera así. Se había acostumbrado a ese estilo de vida, sabiendo que algún día asomarían relámpagos y truenos y que su nube se desharía. De vez en cuando topaba con alguna que otra nube parecida a ella, pues le era fácil reconocerlas. Pero ella sabía disfrazar su realidad, evitando así que sintiesen lástima de ella, aunque en el fondo anhelaba un poquito de comprensión.

De vuelta en el mundo real, Pilar se dio cuenta de que comenzaba a chispear. Observó las gotas que corrían por el cristal. Parecían libres, purificantes y llenas de esperanza. Se planteó cambiar el rol de su vida. Aunque estaba rodeada de situaciones complicadas, sabía disfrutar de las pequeñas cosas. Desde lo alto de las nubes, había aprendido a mirar alrededor y alegrarse por cada pequeño triunfo,suyo o de los demás.

El autobús se detuvo; Pilar había llegado a su destino. Mientras bajaba, en el cielo se abrió un claro y le cayó una de las últimas gotas de aquella tormenta. La sensación de la gota acariciando su piel le arrancó una sonrisa de los labios. Lo había decidido: quería cambiar de personaje y ver el mundo de otra manera.

Cogió aire, cerró los ojos y comenzó a caminar con el firme propósito de saborear cada uno de los pasos de su nueva vida.

Escuchó una voz alegre que la llamaba:

—¡Pilar!... ¡Qué alegría verte!