III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Lo que me contaba mi cometa

Lucia Campos Rilo, 14 años

                 Colegio Montespiño (La Coruña)  

      ``Y el niño soltó la cometa, que se elevó con rapidez rozando el prado, tocando el cielo,

jugando con las nubes ´´

      El niño creía que su cometa siempre volaría .Que volaría alto entre las nubes y viajaría a

lugares a los que él nunca podría ir. Viviría aventuras, lo vería todo y luego regresaría para compartirlo con él.

      Todas las noches ataba su cometa a una estaca para que supiera encontrar el camino de vuelta. Estaba conociendo en mundo gracias a la cometa, pues el niño nunca había salido de su pequeña isla.

      La cometa le contó que el mundo era redondo, inmenso y magnífico, plagado de islas como la suya, unidas entre sí. Formaban tierras enormes, gigantescas, desde las que no se veía el mar. “En estas grandes islas”, decía la cometa, “viven hombres como tú y otros que no se parecen nada a ti: unos tienen la piel pálida y amarillenta, otros son del color de la noche y unos cuantos del sol en el atardecer”.

      La cometa despertaba la imaginación del niño, que soñaba con estos hombres y mujeres, preguntándose cómo serían: ¿Jugarían los hijos con sus padres? ¿Habría amor entre ellos? ¿Sabrían que existían personas diferentes? Y el niño ya no quería saber más de aventuras. Sólo se interesaba por los hombres extraños y bombardeaba a la cometa con preguntas de todo tipo.

      La cometa contestaba divertida a sus preguntas, explicándole sus extravagantes costumbres, los lugares donde vivían y los animales que poseían. Un día le contó que ``ahí abajo ´´ hacía mucho calor. Tanto, que la tierra se secaba y se convertía en arena, en montañas de arena, en países de arena, en océanos de arena en los que olas cambian de lugar a merced del viento.

      Al niño le fascinaba la descripción de estos lugares y su mayor deseo era llegar a conocerlos algún día.

      Una vez escuchó de la cometa que, para esa gente, el hombre más sabio y respetado eran los abuelos. Las palabras de los ancianos tenían el máximo poder e imponían su autoridad. Ellos eran la sabiduría y la experiencia.

      Entonces el niño pensó en su propio abuelo. Gracias a su sabiduría, el niño nunca había necesitado libros, pues el anciano sabía todo sobre todo. Decidió entonces preguntarle acerca de esos hombres que tanto le intrigaban, para que le contase más cosas sobre ellos. Pero su abuelo se negó a contestar hasta que, cansado de oírle, dijo molesto:

      -¡No existen tales hombres! No puede existir alguien tan diferente. Y si existen, serán animales con un aspecto parecido al nuestro. ¿Quién te ha llenado la cabeza con esas historias?

-Mi cometa me lo contó –respondió el niño

      -Una cometa que habla y unos hombres negros... La estabilidad mental de mi nieto deja mucho que desear.

      Confinaron al niño en su habitación. Todos los días le hacían tomar unas horribles medicinas. No le dejaban levantarse de la cama, excepto para estirar las piernas.

      El niño estaba muy triste por que no le creían y seguía defendiendo las historias de la cometa ante sus padres, que cada día estaban mas preocupados por él. Pensaban que estaba perdiendo la cordura.

      A pesar de que le habían prohibido dirigir a nadie la palabra, el niño encontró la manera de hablar con la cometa desde la ventana de su habitación. Era su única amiga.

      La cometa le contó que los hombres negros sabían leer y escribir, y que lo hacían en lenguas misteriosas.

      El niño pensó que si tuviera alguna prueba de ello, convencería su abuelo y a sus padres. Pero era imposible, pensaba el niño: ¡nunca podría traer una prueba de un lugar tan lejano si no podía salir de su habitación!

      Pero como siempre que se desea algo con mucha fuerza, un día la cometa apareció en su ventana con algo atado a la cola. Era una pequeña botella con un papel en su interior, como las que echan los náufragos al mar. El niño tenía una buena colección de ellas, porque las mareas arrastraban todo tipo de cosas hasta la isla.

      El mensaje decía:

      “Soy Amir–Ba, hijo de las tierras del sur. El venerable anciano me ha contado la historia de unos hombres de piel pálida que viven en las tierras del norte y sus extrañas costumbres. Dice que son hombres sabios y que no nos conocen a nosotros ni nuestras costumbres. Por eso quiero dejarlas escritas aquí, para que ellos sepan de nosotros…”

      La carta describía su pueblo y sus costumbres.

      Al niño se le ensanchaba la sonrisa a medida que iba leyendo. Abrió la puerta y bajó las escaleras con la carta en la mano. Tenia que enseñarle a su abuelo la prueba de que decía la verdad.