III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Lo que no nos contaron

Esther Castells. 17 años

                  Colegio Vilavella (Valencia)  

       Como todos los domingos, mis tíos y mis primos vinieron a comer a casa. Tras el plato de paella, generalmente me voy a estudiar, pero el último domingo pude librarme de mis obligaciones y pasar un rato con mis primos. Gonzalo, que aún es pequeño, no pedía nada, pero mi prima insistía en arrastrarme al cuarto de la tele para ponerle una película de Disney, concretamente “La Bella y la Bestia”, uno de los mejores clásicos de la multinacional. Mientras Natalia contemplaba por enésima vez el filme de dibujos, su expresión de sorpresa me dio qué pensar.

       Todos hemos visto los largometrajes de Disney que, bajo el influjo de su creador, Walt Disney, han adaptado clásicos como “La Cenicienta”, “La Bella Durmiente”, “La Sirenita” o “El Jorobado de Notre-Dame”. Sus mensajes nos han quedado grabados desde nuestra más tierna infancia: el amor verdadero, que supera todos los obstáculos o la victoria de los buenos a los malos. Pero las cosas no siempre son así: de niños pensamos que el mundo es un lugar ideal (más bien, no sabemos lo que verdaderamente es). Cuando el velo de la niñez se descubre, descubrimos la realidad: nos hemos convertido en adultos. Pongo dos ejemplos: “La Sirenita “ y “El Jorobado de Notre-Dame”. En el primer cuento, la sirenita acaba convertida en espuma de mar al no ser correspondida por el príncipe; en el segundo, Víctor Hugo muestra a un jorobado que se enamora de una gitana que no le corresponde, embaucada por el capitán de la guardia, y que acaba muerta. Todo dista mucho de la versión animada de las industrias Disney. Nos da una visión más real de la vida, donde no todas las historias acaban bien ni ganan siempre los buenos, donde los villanos no son tan malvados ni los héroes tan heroicos o, simplemente, donde todo es más complicado de lo que parece a simple vista. Pero cada vez que veo la carita de mi prima frente a los dibujos animados, comprendo que aún no ha llegado la hora de correr ese velo.