X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Loco de amor

Patricia de la Fuente, 16 años

                  Colegio Alborada (Madrid)  

-Dígame, Marta, ¿dónde se encontraba usted el 22 de abril? –preguntó el abogado defensor.

Marta se ajustó las gafas. Le temblaban las manos. No recordaba haber sudado tanto en su vida. De repente se había quedado en blanco. ¿Era esto lo que sentían los culpables al comparecer ante un tribunal?

Giró la cabeza y vio a Marcos en el banquillo, con la cabeza gacha. Su cara lívida y los cabellos desordenados delataban su falta de sueño.

Volvió a dirigir la mirada al frente, esta vez hacia el juez, que esperaba pacientemente su respuesta. La declaración de Marcos había conmocionado a Marta al refrescarle aquel terrible momento. De hecho, tuvo que salir de la sala para tomar aire fresco.

Respiró profundamente y comenzó a hablar.

***

-¿Qué haces aquí? –preguntó Marcos violentamente cuando vio a Alberto salir del ático de Marta.

-Hola –Alberto alzó una ceja irónicamente–. ¿Cómo tú por aquí? Pensé que estabas trabajando.

-¡Qué curioso! Coincidimos en algo. Yo también pensaba que tú estabas trabajando -. Pero no había venido para echar flores al hombre que le había quitado a Marta. Marta. Cómo le gustaría verla otra vez–. Seamos claros; tú y yo tenemos que hablar…

-¿De qué? –le interrumpió Alberto–. No hace falta que me respondas. Vienes a echarme en cara tu desgracia. Pues bien, ¿no has pensado que eres el único culpable? ¿Qué vida ibas a ofrecerle a Marta, un pintor, un músico, un escritor… venido a menos? Eres un soñador siempre ocupado en tu obra, sin tiempo para ella. La tuviste y la has perdido. Ella eligió. Si no la hubieras dejado sola tanto tiempo quizás no me hubiera conocido.

-¿En dónde está?

-Dentro. Sé valiente y habla con ella. Pídele explicaciones si te atreves.

Alberto se dispuso a bajar las escaleras para salir del edificio, pero Marcos le sujetó con fuerza el brazo. En su mirada advirtió Alberto el peligro ante el que se encontraba.

***

-Entonces empezaron los golpes –explicó Marta al juez–. Yo estaba dentro y no oí la conversación, pero sí escuché los gritos. Discutían acaloradamente. Abrí la puerta y salí al descansillo –Marta dejó de hablar y miró a Marcos que la observaba con la mirada apagada.

***

-¿Qué haces? –gritó Marta al ver que Marcos era el que con más fuerza asestaba los golpes. Nunca le había visto así. Ella le había dejado hacía varios meses. Desde entonces la única noticia que tuvo de Marcos fue que había dejado de dibujar y escribir, que se había arruinado.

Se interpuso entre los dos. Volvió a ver a Marcos cara a cara. El pelo largo le caía sobre los ojos y le daba un aspecto un tanto desarrapado. No había en él nada que recordara al joven soñador que había sido. Su dulzura se había esfumado. Apretaba los puños con rabia, como si no la viera.

-¡Apártate de ahí! –le escupió Marcos.

-¿Qué te pasa? –no le hizo caso-. ¿Qué haces aquí?

-Él te apartó de mi lado.

Marta miró a Alberto sin comprender. Había pasado mucho tiempo. No entendía que Marcos le guardara rencor. Muchos novios rompían y no pasaba nada.

-Marcos, ya hablamos en su día… Estabas demasiado ocupado con tu arte.

-¡No, Marta! –le interrumpió–. Estaba creando un mundo para los dos. Nunca dejé de pensar en ti. Nunca.

-Llegué a pensar que necesitabas espacio para tus dibujos, tu música, tus libros… Y yo necesitaba alguien que me quisiera de verdad, que estuviera conmigo. Lo hablamos entonces. No entiendo qué te molesta tanto, Marcos -. El joven bajó la cabeza-. Alberto y yo vamos a casarnos. –Marta notó que una lágrima le pugnaba por caer, pero se contuvo. Verle así le rompía el corazón.

Marcos alzó la mirada y notó que la sangre le subía a la cabeza, y que algo dentro de él se rompía. Miró a Alberto. La sonrisa triunfante en su boca y un aire de satisfacción en sus ojos. Fue entonces cuando sacó la pistola.

***

Marcos fue declarado culpable de asesinato. Tenían pruebas suficientes para condenarle: él no había ocultado nada y la chica había sido un apoyo firme para las pruebas.

Lo que más le dolió a Marta fue la sonrisa de resignación que le dedicó Marcos al entrar en la cárcel, pues el juez permitió a la joven estar unos minutos con el condenado.

-¿Por qué lo hiciste? –le preguntó con voz débil.

Marcos estiró un brazo entre las rejas, como queriendo alcanzar su rostro. Esa fue su única respuesta. Marta no pudo evitar coger la mano del asesino y besarla, pero había llegado la hora de irse. Le soltó la mano y se alejó. Apenas vio cómo él se llevaba el dorso de la mano a la mejilla.

***

-¿Qué ocurre, Marta? Creí que querías justicia –apuntó preocupada su madre al verla llorar.

-No le supe esperar. Realmente me quería. Y yo a él también.

-Pero, ¿qué dices? Si te hubiera querido hubiera estado más tiempo contigo. ¿Cómo estás tan segura de que te quería realmente? Y aunque así fuera… ¿Cómo es posible que le ames?

-No lo sé, pero me di cuenta de que aún le quería cuando vi que sacaba la pistola. Me apartó de Alberto, me miró a los ojos… y disparó. Su mirada, mamá. Su mirada lo delató. Estaba loco de amor.