III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Los cuentos de J. M. Laos

Pilar Soldado, 14 años

                Colegio Entreolivos (Sevilla)  

       El señor Laos (Juan Manuel Laos) vive en la calle del Centeno, nº 2. Su piso no es muy grande, por eso lo llama madriguera. Sus cuartos tienen varias funciones, como, por ejemplo, estudio-dormitorio-cocina. Es el más grande.

       Como es escritor le gusta comenzar el día apuntando la idea de un relato nuevo, por eso tiene el ordenador enfrente de la cama. El señor Laos es moderno; dice que el lápiz y el papel están pasados de moda.

       Si alguna vez tiene hambre, algo que no es corriente (está como un palillo), se levanta de la silla para tomarse un huevo frito, su plato preferido. Siempre elige algo rápido y que no llene el estómago, porque sino podría quedarse dormido, que alguna que otra vez le ha pasado.

       A pesar del piso tan extraño, el señor Laos es una persona corriente: alto, bigote de cepillo poco poblado y un aspecto de detective. Cuando no está inspirado, le gusta resolver los “sudokus” del periódico.

       Normalmente escribe cuentos para niños y adolescentes, porque le gustaría llegar a ser como los hermanos Grimm, Perrault o Ende. Él piensa que llegará un día en que todos los niños del mundo sonreirán leyendo sus libros.

       Su mayor fuente de inspiración es la sala 4 de la planta 3ª del hospital Virgen del Carmen. Allí reside su sobrina Margarita, la primera que lee todos sus cuentos nuevos y a la que va a visitar de vez en cuando.

       Margarita tiene 12 años. Es pelirroja y pecosa y, aunque parezca un poco debilucha, es la ilustradora de los cuentos de su tío. Considera el hospital como su casa porque está ingresada desde hace seis meses por una enfermedad degenerativa.

       Todos los lunes el señor Laos visita a Margarita para enseñarle nuevos cuentos. La chica lee tanto los cuentos infantiles como algunos de sus libros de más de doscientas páginas para adolescentes. En verdad, ella se siente importante porque también piensa que su tío es un gran escritor.

       Un lunes cinco de febrero a las diez de la noche, el señor Laos apareció corriendo por la planta del hospital con una maleta de cuero en la mano derecha.

       -¿Margarita?-llamó a la puerta de la número 4.

       -¡Hola tío!¿Por qué llegas tan tarde?

       -Lo siento, he tenido una entrevista. Te traigo un nuevo trabajo. Esta vez es un cuento para niños. Trata sobre un mundo mágico. Léelo y, si puedes, hazme un dibujo. La semana que viene vendré a verte otra vez. Por cierto, déjame que te haga una foto, de recuerdo, para mi escritorio.

       -Vale –accedió Margarita sonriendo.

       -Me gustaría quedarme un poco más, pero tu enfermera me ha dicho que te tienes que acostar y que estas no son horas. Hasta el lunes que viene, Margarita-se despidió.

       Dicho esto, le dio un beso y desapareció por la puerta.

       El lunes, otra vez fue el señor Laos a visitar a Margarita.

       -Me ha gustado mucho –reconoció la chica-, pero, sinceramente, tendrías que ponerle un final feliz. A mí me gustan los finales felices.

       -¿Tú crees? Me lo voy pensar -dijo el señor Laos-. Bueno, dejemos de hablar de mi trabajo. ¿Cómo estás?¿Te cuidan bien? ¿Y tus padres?

       -Ellos han bajado a desayunar... ¿Te puedo enseñar el dibujo del cuento?- dijo evitando las preguntas de su tío.

       -Pero te he dicho que no hablemos de mí, sino de ti.

       -¿Te puedo enseñar el dibujo del cuento? -insistió con los ojos muy abiertos.

       -Está bien –cogió la hoja-. ¡Es precioso, Margarita! Se lo voy a mandar a mi editor, que segurísimo le va a encantar. Quien sabe, puede que me lo publiquen y tú te hagas famosa.

       Pero nadie oyó lo que había dicho el señor Laos. Margarita se había quedado dormida.

       Dos meses después llegó el cumpleaños de Margarita. La niña había pedido que repartiesen por el hospital muchos ejemplares del cuento infantil (que había sido publicado) de su tío. Por la tarde todo el mundo lo había leído y era un tema de conversación recurrente.

       Margarita esperaba impaciente la llegada de su tío. Quería decirle que a todos los niños enfermos les había encantado el cuento. Pero no llegó a tiempo, porque por la tarde...

       El señor Laos entró en la sala y le entregó un regalo a Margarita. Al instante pasaron muchos periodistas que hicieron fotos a la chica y al escritor. Los flashes cegaban a Margarita, que sobre las manos sostenía un libro con la imagen de una chica pecosa que sonreía.

       -¡Tío, muchísimas gracias! Es el mejor regalo de cumpleaños ¡Un libro en el que yo soy la protagonista! Jamás me lo hubiera imaginado –estaba emocionada- ¡En serio, muchísimas gracias!

       -Gracias a ti –le pellizcó el moflete-. Nuca habría tenido tanto éxito si tú no hubieses dado a conocer mi otro cuento. Te agradezco que te hayas preocupado tanto por mí.

       Margarita se abrazó a su tío.

***

       Aquella misma noche, un señor escribía un texto en la pantalla del ordenador. Sobre la mesa había unos periódicos antiguos llenos de “sudokus”, un plato con restos de huevo y, por último, un volumen de cuentos infantiles. Lo único que le importaba era que su sobrina fuera feliz y que todos los niños del mundo pudiesen soñar con sus cuentos, tan famosos como los de Grimm, Perrault o Ende... Los cuentos de J. M Laos.