XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Los hermanos 

Armando Bloch, 17 años

Colegio Campogrande (Hermosillo, México)

Los Ángeles, tal como lo muestran las películas, es una de las ciudades más lujosas del mundo. Pero a pesar de lo que muestra la industria de Hollywood, no toda la ciudad es un derroche. En un barrio extremadamente pobre vivían dos hermanos junto a su madre, que trabajaba duro para mantenerlos a flote. Al no tener padre, aquellos chicos nunca aprendieron ciertas cosas que son fundamentales para tener éxito en la vida.

Ella había lavado platos en un restaurante, repartido publicidad a la salida de los teatros, limpiado oficinas… Conocía bien la amargura de criar una familia sin la ayuda del marido que nunca tuvo y sintiéndose extranjera en un lugar hostil. Por eso soñaba un futuro mejor para Carlos y Pedro, de los que se enorgullecía porque, a pesar de todo, eran buenos estudiantes.

El mayor, Carlos era talentoso, entre otras cosas por su superioridad atlética. Su hermano pequeño, Pedro, vivía a su sombra. Ambos fueron en la escuela alumnos responsables, lo que desafortunadamente no era suficiente para sacarlos de sus terribles condiciones sociales y económicas. 

Pero un día pasó por el barrio un representante de la Universidad de California. Como buscaba aspirantes deportivos, anunció una competición para todos los muchachos de dieciséis a dieciocho años. Se trataba de una carrera de cien metros. Quien la ganara podría disfrutar de una beca en tan prestigioso campus. 

El representante dio a los corredores tres meses para que se prepararan. Carlos, confiado en sus habilidades presumió por toda la escuela de que iba a ganar sin necesidad de hacer grandes esfuerzos.

–La beca será para mí –anunciaba con arrogancia. 

Pedro, a pesar de que también formaba parte del listado de los participantes en la competición, al ver el comportamiento de su hermano mayor perdió la esperanza.

-Me rindo –le confió a su madre–. Sí, me doy por vencido. Mañana buscaré al representante de la Universidad y le diré que renuncio a participar.

 Su madre le contestó de inmediato:

-Mijito, no puedes rechazar una oferta tan valiosa. Confía en ti.

Era consciente de que el pequeño debía poner todas sus ganas en el asador, pues probablemente nunca volvería a recibir una oportunidad tan rotunda para mejorar su vida.

Aquella noche Pedro valoró aquel consejo. En efecto, no podía dejarse llevar por la desilusión. 

Al día siguiente empezó a entrenar con una entrega como nunca antes había tenido. Y de ese modo fueron pasando las semanas. Mientras, Carlos seguía convencido de sus posibilidades, así que se pasaba el tiempo tirado en un sillón, comiendo papitas y viendo la tele.

Por fin llegó el día de la carrera. Pedro, nervioso pero determinado, se colocó detrás de la línea de salida. Los demás corredores también estaban listos y en tensión, salvo Carlos, que no disimulaba su seguridad. El pequeño buscó a su madre entre el público antes de que sonara el disparo de salida. 

Echaron a correr. Carlos iba el primero. Pedro se había colocado justo detrás, mientras los demás chicos estaban a unos metros de ellos. El representante se quedó sorprendido de la velocidad de los hermanos.

Cuando faltaban unos treinta metros, Carlos empezó a transmitir signos de cansancio, a la vez que Pedro seguía firme y determinado a ganar. De pronto superó al mayor. Este, con un último empuje, trató de rebasar a Pedro. Y lo consiguió. En cuanto llegaron a la meta, los espectadores festejaron a Carlos por su victoria. 

El representante de la Universidad de California bajo de las gradas a felicitar a los hermanos.

–Por desgracia, solo tengo beca para uno de vosotros, y le corresponde a Carlos.

Pedro regresó solo a su casa. Mientras paseaba por las calles, analizó todo lo que había logrado durante aquellos meses. No había sido el primero, pero había descubierto que era capaz de superarse y vencer a sus miedos. <<Aunque uno no siempre gane, lo más importante en la vida es ponerse siempre en pie>>.

Durante el siguiente semestre Pedro se inscribió en el equipo de baloncesto. Poco a poco y con esfuerzo, logró convertirse en un jugador notable por toda la costa Oeste, gracias a que consiguió una beca para estudiar en otra universidad también prestigiosa.

Cuando terminó la carrera, se convirtió en un hombre exitoso. Lo primero que hizo fue sacar su madre de la pobreza. Carlos, sin embargo, derrochó su oportunidad: nunca acabó sus estudios y volvió a aquel barrio que ignoraban las películas de Hollywood.