X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Los hermanos

Marina Medina, 17 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Me desperté alarmado por las quejas de mi hermano, que arrojándome la ropa a la cama me insistía para que me espabilase.

-Esto no es el colegio… No puedes llegar tarde, y menos el primer día.

Aún no había amanecido cuando salimos precipitadamente de casa. Llegamos corriendo a la entrada de las minas donde nos recibió Blasco, que tenía fama de ser uno de los capataces más duros. Alto y musculoso, lo que le faltaba de cultura e inteligencia lo suplía, con creces, de bruto y rudo. Nada más llegar oímos su bramido:

-¡Hermanos Barrero, llegáis tarde, par de informales.

Preparado para asumir mi culpa avancé hacia el temible capataz. Sin embargo fue mi hermano el que, adelantándose, se declaró causante del retraso. Aunque desconfiado, Blasco aceptó la falsa confesión y le castigó enviándole a la zona más honda y peligrosa de la mina.

A la mañana siguiente me levanté el primero. Mi madre se había pasado toda la noche aplicando curas a las quemaduras sufridas por mi hermano y no quería volver a ser responsable de una nueva injusticia.

Una sonrisa apareció en la cara de mi hermano mayor cuando me encontró vestido. Pero se le desvaneció cuando, al mirar por la ventana, vio que una manta de nieve y niebla cubría por completo la montaña, tapando el camino e impidiendo la visibilidad. Esto complicaría y haría más peligrosa nuestra marcha.

Avanzamos despacio, muy despacio, asegurándonos de no dar un solo paso en falso. Con él al frente, me aseguraba de pisar únicamente sobre sus huellas, salvando con éxito los resbalones.

La ladera se fue empinando, de modo que tuvimos que ayudarnos de las manos. De repente, una piedra se deslizó bajo mis pies, provocando la ruptura del hielo. Intenté asirme, pero no lo conseguí. Entonces sentí un fuerte tirón. Era mi hermano, que trataba de impedir mi caída. Me agarraba con un solo brazo, pues con el otro se sujetaba a una débil rama.

Logré subir, dejando atrás el hielo. Tendidos en la nieve, recuperamos lentamente el aliento.

***

Abrí los ojos y contemplé a mi hermano. Habían pasado cincuenta y cinco años de aquella aventura y el paso del tiempo había hecho mella en ambos. Me incorporé con dificultad, rodando un poco por la nieve. Ya no tenía la misma agilidad de antes; menos mi hermano, de modo que le ayudé a levantarse. Se movía torpemente y había comenzado a olvidar muchas cosas, de modo que no pude más que acompañarle en sus carcajadas cuando me dijo:

-Antonio, estaba recordando aquella vez, cuando con 15 años te salvé de una caída, de camino a las minas. Siempre has sido un poco torpe.