VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Los lavanderos

José María Jiménez Vacas, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Frente a un puente de roca, el viento sacudía los tendidos. Era costumbre entre los jornaleros del lugar que sus hijos se encargaran de lavar las ropas en el río.

En esta pequeña comunidad, no era natural recibir a nuevos miembros, pues era un poblado recóndito. No obstante, un día caluroso llegó una familia de agricultores, con una niña entre ellos. No parecían tener mucho dinero, dado el desastroso estado de su porte. Los habitantes no tardaron en percatarse de que el padre era un hombre poco dado a las palabras y brutal en el trato, o eso dedujeron todos al ver los amoratados brazos de su hija. En cuanto a la mujer, pronto se supo que no era muy inteligente.

La hija de este matrimonio no solía hablar con los demás muchachos. El temor hacia su padre les impedía acercarse a ella. Desde el momento en que llegó, resignada ante su tarea, la niña se puso a trabajar en el río, junto a los demás niños.

La extraña familia permaneció en silencio durante muchos meses. Las habladurías entre los jornaleros eran inevitables. A nadie le parecía normal todo aquello. Los hijos de los trabajadores tampoco tenían una buena idea de la niña.

Un día de borrasca, un niño deficiente se acercó a la muchacha. La saludó y ella le devolvió el saludo. El niño se puso a trabajar junto a ella en los tendidos, aunque no tuvo valor de decirle nada más. Creyó haber conseguido su amistad. Entre ambos comenzó a existir la costumbre de lavar la ropa juntos. Ninguno de los dos se caracterizaba por su don de gentes. Quizás era eso lo que les unió.

Más adelante, el padre de la niña sufrió un extraño accidente. Le encontraron echado sobre el trigo, solo. Pero nadie se enteró de qué había muerto. A ningún hombre le parecía normal el poco interés que tomaba por este suceso la esposa del fallecido. Puede que no se llevaran bien. Puede que jamás se hablaran, pero eso ya no importaba.

Algunos jornaleros acudieron a su entierro con el fin de complacer a la viuda y a la niña, ahora huérfana. Pero ellas se mantuvieron impasibles. No dijeron nada.

Al día siguiente, el niño esperó a su amiga junto al puente. No acudió. Y jamás volvería a hacerlo.