III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Los mayores también jugamos

Cristina Tintoré, 15 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

                                                                                                                                                                                                                11 Noviembre de 2006

    Hoy me levanté y jugamos a hoteles. Tú eras el cliente y yo el botones. Todo iba bien, hasta que te enfadaste porque no te trataba de usted. Yo me reí y “usted” se enfadó aun más, así que me tomé el juego en serio. Le acompañé a su habitación y me preguntó por sus maletas. Sorprendida, le dije que usted no había traído equipaje. Parecía que hoy estaba de mal humor, señor, porque volvió a enfadarse conmigo, así que cogí una maleta y seguimos jugado.

    Tu ocurrencia me ha gustado más que la de ayer, aunque también me reí cuando me tomaste por camarera mientras comíamos y tuve que ir a la cocina a comer sola, porque decías que es de mala educación que una camarera se siente en la mesa de un cliente. También disfruté indicándote las calles para llegar a tu casa, porque me tomaste por guía turista mientras bajábamos a casa.

    Esta tarde te pusiste algo más serio y conociste a tu hijo Juan y a su hija María, cuando vinieron a merendar. ¡Qué alegría me llevé! Que juegues conmigo, que te veo cada día, lo entiendo, pero éstos no son juegos de niños y con tus nietos e hijos debes hacer otras cosas. Entraron por la puerta del salón y tú, nada más verlos, chillaste: “Juan, hazme el favor de bajar el volumen de le televisión”. Juan, sorprendido, se quedó en la puerta sin saber qué hacer (claro, nos sorprendiste después de un año sin reconocer a nadie). “¡Juan!”, repetiste, pero Juan ya no estaba en el salón, había corrido a la cocina para darme la noticia. Volvimos los dos, pero nada, ya estabas hablando para ti, criticando a los hombres de negocios por dejar a sus hijos pequeños en el hotel mientras ellos estaban reunidos.

    Cuando entramos, te enfadaste con Juan y conmigo: “¡Menudo matrimonio estúpido! Dejando a la pobre niña, allá sola mientras ellos trabajan…” (María se había quedado en el salón leyendo un libro). Para no sulfurarte, volvimos con la niña a la cocina para hablar de lo sucedido. Al menos, habías estado un par de minutos en los que pudiste reconocer a tu hijo mayor.

                                                                                                                                                                                                                            2 Enero de 2007

    Hoy conseguiste tu meta y dejaste la Tierra.

    Hace un par de semanas que te descubrieron cáncer. Ingresaste, pero pareció no afectarte mucho, porque tu humor seguía igual de fino que siempre, cosa que me molestó, porque con lo preocupada que estaba me tomaste a ratos por enfermera o por enfermo que se equivoca de habitación. De veras te digo que ha sido la única semana en la que no estaba para juegos. Bueno, miento, la semana que te diagnosticaron alzhéimer tampoco me gustaba jugar. Es más, lo odiaba. Tú no eras el mismo y ya no me tratabas igual, y eso me dolía. Pero, ¿qué podía hacer? Desde luego seguí el sensato consejo de Juan y llevé tu enfermedad lo mejor posible. Me costó, pero aun así me enseñaste que los distintos personajes cobrasen vida en mí.

    Disfruté y sufrí, pero también aprendí que las enfermedades pueden acabar con el enfermo pero no con los que están a su lado, si ellos no quieren.