XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Los miedos de Candela
Asteria Goikoetxea, 13 años
Colegio María Teresa (Madrid)
Candela sufrió un ataque de pánico. Cerró los ojos y pensó en el miedo que le tenía al fuego, causa de aquel desastre. No podía moverse, pero hizo un esfuerzo por recordar las palabras de su madre.
Aquella mañana se había levantado ilusionada, pues iban a celebrar el cumpleaños de su hermano pequeño. Como era sábado y no había colegio, pudieron entretenerse en decorar el salón con globos y cadenetas. Sus padres le entregaron la vela con la que más tarde coronarían la tarta, cuya cera formaba un seis en divertidos colores. También pusieron una caja de cerillas encima de la mesa.
–Ojo –previnieron a Candela y al pequeño David–, no toquéis los fósforos.
–Ya sabéis que le tengo fobia al fuego –les respondió, clavando los ojos en el suelo.
–Vamos, Candela –su madre se le acercó para darle una caricia–. Un día lo superarás. Recuerda que no es valiente quien no tiene miedos, sino quien es capaz de enfrentarse a ellos.
Su hija se lo agradeció con una leve sonrisa.
–Es tarde –dijo el padre con impaciencia–. A ver si nos van a cerrar la pastelería y David se queda sin tarta.
Cuando los hermanos se quedaron solos en la casa, David, mientras su hermana seguía recortando papeles para las cadenetas, tomó las cerillas a pesar de la advertencia paterna.
«A ver si Candela es capaz de enfrentarse a los miedos de los que habla mamá», pensó al tiempo que se acercaba a ella por la espalda con una cerilla encendida.
–¡Cande!
Cuando su hermana giró la cabeza, en un impulso empujó al pequeño. Al caer al suelo, este se puso a llorar, soltó la caja de fósforos y corrió a su habitación. Candela fue detrás de él, sin saber que la llama de la cerilla acababa de prender la caja. Las llamas alcanzaron el vuelo de unas cortinas y, en apenas unos segundos, se extendieron a lo largo de la estancia y, minutos después, por el resto de la casa.
Candela, que se había dejado caer en la cama, arrepentida al recordar que era el aniversario de David se levantó para pedirle perdón. Entonces se percató de que olía a humo y al abrir la puerta, escuchó el grito asustado de su hermano, que la llamaba.
Fue consciente de que tenía que hacer algo; no podía quedarse allí plantada ante las llamas y el humo, que lo cubría todo, pero el miedo la invadía. De repente, volvió a escuchar los gritos de socorro, lo que la hizo reaccionar. Buscó a tientas su móvil y marcó a Emergencias. Una voz amable le pidió que se esforzara en mantener la calma, y que se encerrara en una habitación a la que no hubiera llegado el humo.
–Primero, tengo que encontrar a mi hermanito –dijo
Empezó a llamarlo por su nombre. Él le respondió. Fue así como, gateando, lo encontró en el interior del armario de su madre. Se abrazaron antes de que ella lo tomara en brazos.
–Siento haberte empujado –le susurró al oído.
David se echó a llorar. Sus lágrimas abrían caminos limpios en su rostro rebozado en hollín.
–¿Nos vamos a morir?
Candela no supo responderle. Decidió acurrucarse con él en una esquina de la habitación de sus padres, apretándoselo con fuerza. Apenas podían ver nada a causa del humo, que les hacía toser sin descanso.
Cuando estaban a punto de quedarse inconscientes, escucharon una voz en el pasillo:
–¿Hay alguien ahí?
–¡Ayuda! –gritaron al unísono.
Un bombero se abrió paso hasta el cuarto. Blandía un hacha. Entonces los niños aguzaron el oído y percibieron, por detrás del crepitar del fuego, el llanto de las sirenas.
Candela se despertó en el hospital junto a David, ante la mirada atenta de sus padres, que enseguida la abrazaron. El corazón de la chica estaba repleto de emociones que nunca olvidaría. El sexto cumpleaños de su hermano fue cuando ambos casi llegan a morir, pero también aquel en el que ella venció sus miedos.