X Edición
Curso 2013 - 2014
Los ojos de la princesa
Laura Castelblaque, 15 años
Colegio Vilavella (Valencia)
Se ató la cinta del pelo y salió al pasillo. Pretendía bajar para saludar a los invitados de sus padres cuando oyó un llanto, que procedía de la habitación de los trastos viejos. Chirriaron los goznes de la puerta y el polvo la hizo estornudar. Caminó entre cajas y muebles apoltronados. Aunque el llanto venía de allí, parecía velado. Y es que el niño de los ojos verdes estaba escondido detrás de una montaña de libros.
-¿Qué haces aquí? –lo tomó en brazos, todavía sobresaltada por aquel descubrimiento.
-Tengo miedo -le respondió, secándose los ojos con las mangas del suéter.
-¿Miedo de qué?
-De que me olvides.
-¿Por qué te iba a olvidar?
El niño rezongó antes de responderle:
-¿No te parece un poco extraño que nadie me vea excepto tú? Yo…
-¡No lo digas!- gritó, tapándose los oídos con las manos.
-… no existo.
Ella escondió la cabeza entre los brazos. No quería que la viese llorar.
-¡No quiero que te vayas! –su voz sonó hueca.
-No te vas a quedar sola, aunque no me veas, ni me oigas. Te lo prometo que seguiré a tu lado.
-Tengo miedo. Tú eres fuerte, y yo… ¡Te necesito!
-Pero si soy una parte de ti –hizo un esfuerzo por sonreírle-. Tú me has hecho. Soy tu amigo imaginario, esa parte fuerte, alegre y divertida de ti que todavía no has descubierto que tienes.
-Si tú lo dices… -no parecía convencida.
-Dime algo... ¿Qué te gustaría ser ahora mismo?
-Una princesa.
-Bien, pues deja de llorar y levanta la cabeza porque se te está cayendo la corona.
Ella, sonriendo, le obedeció.
-Quiero que veas siempre el lado bueno de las cosas, alteza.
-Eso es lo que haces tú, ¿verdad?
Él asintió, sin dejar de mirarla.
-¿Y eres feliz?
Asintió de nuevo.
-Pero, es que yo no tengo tus ojos optimistas.
-Te los daría si pudiese –suspiró-. Ahora, prométeme algo.
-Lo que quieras.
-No me olvides.
-Nunca.
Se quedaron abrazados hasta que ella se durmió.
Cuando despertó estaba sola. No se oía nada y ya no podía verle.
Se levantó del suelo. Estaba helada. Volvió al baño y subió al alzador de madera para llegar al lavabo y lavarse la cara. Sus ojos se habían aclarado: ahora eran verdes.