VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Los topos

Rafael Contreras, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Los topos, como todo el mundo sabe, son ciegos, salvajes y viven bajo tierra. Los topos de nuestra historia: Kanto, Voltio y Descar, fueron la excepción. Abandonados por su madre, fueron criados por un humano. Para ellos, era su salvador, su protector. Sin embargo, jamás lo habían podido ver, dada su condición de invidentes. Simplemente sabían que a cierta hora del día, la comida estaba siempre en el mismo lugar y ellos acudían a recogerla. Ni siquiera conocían que era un humano quien les cuidaba. De ahí que surgieran entre ellos varias teorías sobre el origen de aquellos manjares.

Voltio, el más joven e inexperto, y dicho sea de paso, el más soberbio, afirmaba que la comida estaba allí por puro azar, porque los deliciosos y crujientes insectos caían de los árboles. Defendía que era imposible que existiese alguien superior a ellos que les cuidara, y mucho menos que les quisiera y se preocupara de ellos. Para él, el instinto era el guía único de todo animal y el azar, la ayuda que complementaba al instinto.

Descar, el mediano, sostenía que podía dudarse que fuera el azar. Defendía su postura argumentando que todo animal debe dudar de lo que le es dado, ya que la Naturaleza es cruel y selectiva, y que lo que importaba era la supervivencia. Por tanto, había que dudar de lo que se les daba todos los días, incluso de que ese protector existiera de verdad. Había que dudar pero no negar, como hacía Voltio.

Por último, Kanto, el mayor y, por tanto, el más sabio, afirmaba que el ser humano existía y que les alimentaba por el mero hecho de apreciarlos. Es decir, que los topos importaban al humano. Así mismo, defendía que la duda de Descar era razonable, pero al mismo tiempo, peligrosa, ya que si se dudaba de todo se convertía en un escéptico, lo que no ayudaría a la supervivencia de los tres. Contrarrestaba la teoría de Voltio argumentando que el azar no puede hacer que la comida se coloque día a día en el mismo lugar y a la misma hora, sin contar que el rancho estaba incluso en el invierno, cuando los gusanos no salen al exterior...

Día a día, crecía la discusión, hasta que años después, cuando eran los tres muy ancianos, distinguieron por primera vez en su vida la luz. Fue esa mañana cuando descubrieron quién les había estado cuidando: un muchacho, un tal Jesús.

El chico, ajeno a las dudas y los recelos de Voltio y Descar, amaba a los pequeños roedores y los cuidaba sin pedirles nada a cambio, porque sabía que sin él, los topos, abandonados al mundo en el comienzo de su vida, no habrían podido sobrevivir.