III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Macu

Pilar Soldado, 14 años

                Colegio Entreolivos (Sevilla)  

    Ahora que han pasado dos años desde que no veo a Macu, me he dado cuenta de que realmente la necesito.

    La conocía desde los ocho años, que fue cuando llegué al nuevo colegio. Yo quise sentarme en las primeras filas, pero como no quedaba ningún pupitre libre, me puse en uno de los del final. Mi compañera era una niña de tez blanca, pelo negro y unos ojos lindísimos que me daban envidia. Como yo estaba un poco nerviosa -¡era mi primer día!-, ni siquiera la saludé. Pero ella me sonrió. Desde ese instante, supe que seríamos amigas.

    Fueron pasando los años, hasta que entramos en la universidad. Me entristecí, porque Macu iba a estudiar en otra ciudad. Nos separaríamos, por lo que quizás nunca nos volveríamos a ver. Sólo Isabela y Majo (que también eran mis amigas de la infancia) vendrían conmigo.

    Pero qué sorpresa recibí cuando entré en la Facultad y descubrí una cabellera negra entre el conjunto de estudiantes que observaban un tablón de anuncios. ¡Era Macu! Y yo que pensaba que nuestra amistad se había acabado en el colegio… Corrí hacia ella, nos abrazamos y le pregunté:

    -¿Pero que haces aquí?

    -Este verano he decidido que lo mío es escribir en los periódicos. Hay que informarse de las cosas o, mejor dicho, hay que informar a la gente de las cosas.

    -¡Pues claro! -reí-. Y no sabes qué bien lo vamos a pasar. Menos mal que estás aquí... Por cierto, ¿sabes dónde están Majo e Isabela? Que me dijeron que estarían en la Facultad de Biología.

    -Ahora que me acuerdo, antes me pasé por allí, porque como no queda muy lejos. Vi a Majo, que se llevó una gran sorpresa. Me ha dado su móvil nuevo. Otra vez lo ha vuelto a cambiar.

    Han pasado tres años desde entonces. Al final de las clases Majo, Isabela, Macu y yo nos reuníamos en el parque a charlar. Luego nos íbamos a estudiar a la biblioteca. Sólo descansábamos los fines de semana, porque el estudio no nos permitía salir a ningún lado los demás días.

    Me acuerdo que cuando íbamos al cine con la pandilla, nos metíamos en el cuarto de baño a darnos unos retoques. Macu sacaba una caja de crema de manos donde guardaba sus collares y empezaba a repartirlos. Era muy divertida, sobretodo cuando hablábamos por teléfono. De vez en cuando nos quedábamos las dos calladas, en un silencio algo incómodo, y luego estallábamos en risas.

    Un día de verano Majo vino en moto a la universidad y Macu se montó con ella. Un camión las embistió. Yo me bajé del coche desde el que las seguía. Todo ocurrió muy deprisa: luces, ambulancias, coches, policías… Demasiado ruido. De pronto sentí un fuerte dolor en la cabeza…

    Desperté en una cama de hospital. Entonces até cables: me había desmayado después de ver la sangre. <<¿Dónde estarían Macu y Majo?>>, me pregunté. Temblando de ansiedad, salí al pasillo:

    -Perdone –llamé la atención a una enfermera- ¿Dónde están las chicas del accidente?

    -Tranquila. Si ya te encuentras mejor, puedes entrar en esta sala. Las dos están aquí.

    Majo se encontraba despierta. Tenía una cicatriz en la frente y unas sábanas la cubrían hasta la cintura. Entonces observé a Macu: parecía dormida. Unos cables salían por debajo de las mantas que tenía puestas hasta los hombros. Me tapé la cara con ambas manos; no quise ver más.

    Por suerte, Majo se recuperó muy pronto y le dieron el alta. Macu, sin embargo, estuvo en coma durante dos semanas. El lunes de la tercera, empezó a despertarse.

    Isabela, Majo y yo la visitábamos, charlábamos con ella y le traíamos collares nuevos que le volvían loca. Pero el miércoles tenía la mirada perdida. De pronto, comenzó a toser con fuerza. Llegaron las enfermeras y una de ellas intentó taparme la visión. Mi amiga cerró los ojos lentamente.

    Desde entonces, vivo triste. Aún así, creo que debería alegrarme un poquito, ya que gracias a ella he tenido una bonita infancia y una adolescencia muy divertida, y eso se pueda grabado en el corazón.

    Mis amigas también la recuerdan y de cuando en cuando vamos a rezarle en el cementerio de la carretera.