XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Martillo y yunque 

Fernando Diz, 17 años 

Colegio Tabladilla (Sevilla) 

A Airocles le temblaban las piernas; temía volver a vomitar por tercera vez en la mañana. Bajo la armadura, el sudor le empapaba la espalda. Nunca había participado en una batalla. Formaba parte de la vanguardia del ejército del rey Filipo de Macedonia, el más poderoso del mundo conocido, a punto de iniciarse como soldado contra los griegos de Atenas y de Tebas.

La luz del alba resplandecía sobre la ciudad de Queronea, que parecía bajada directamente desde el Olimpo, mientras el campo de batalla permanecía bañado por la penumbra. Las líneas enemigas se extendían hasta donde alcanzaba la vista de Airocles, mientras que la punta de las sarisas –las lanzas de la falange macedonia, tan altas como dos hombres, uno sobre el otro–, reflejaban la tenue luz. Parecía que Apolo, dios del Sol, les estuviese lanzando un guiño de apoyo.

Airocles deseaba servir a su rey, pero le aterraba que se hubiera declarado una guerra. Aquel sentimiento le resultaba ingobernable, hasta que vio al príncipe Alejandro, por primera vez, sobre su majestuoso corcel negro. Nunca antes un hombre le había inspirado tanto respeto y confianza. En ese momento tuvo la certeza de que sería capaz de dar su vida por Macedonia.

Al contemplar al enemigo en la llanura de Beocia, las dudas le habían vuelto a atormentar. Retumbaban los tambores macedonios, como presagio de la masacre.

–¿Tu primera batalla, joven? –le preguntó a su derecha un soldado con voz calma que indicaba su veteranía.

A Airocles le temblaban las manos. No tenía fuerzas para mantener su sarisa erguida. Asintió, consciente de que ya no había vuelta atrás. 

–No te preocupes; somos más fuertes que ellos. No llegarán tan atrás en la formación y apenas tendrás que inclinar tu lanza para empalar a algún enemigo –añadió con una sonrisa, sin saber que se equivocaba.

Las primeras horas fueron feroces en las primeras líneas. Entre los soldados que se encontraban en la mitad de la formación, crecía la intranquilidad. Si Airocles hubiera venido de una familia humilde, le hubiesen colocado entre la vanguardia y, posiblemente, habría muerto. 

La espera era lo peor. Vio subir el sol subir con lentitud hacia su cúspide, mientras esperaba el llamamiento a inclinar su lanza. Mientras, los soldados de la retaguardia avanzaban paso a paso, al ritmo constante de los tambores, para cubrir los puestos de sus compañeros muertos. Terribles imágenes se sucedían en la mente de Airocles: se veía acuchillado por un enemigo sin cara ni nombre y, después, la caída de Macedonia, los llantos de su madre, de su hermano pequeño y de su amada Erinea... 

<<¡Oh, Erinea!>>. Su mero recuerdo le dio renovadas fuerzas.

Cayeron más líneas de pezhetairoi en manos de los macedonios, que, por su parte, se llevaban a tantos griegos al Hades como podían. 

No había pasado mucho tiempo cuando Airocles tumbó la sarisa. No se preocupó en mirar al veterano que estaba a su lado, que en esos momentos estaba tan tembloroso como él. Le salpicaba la sangre de ambos bandos, y asía su lanza tan fuerte que podría partirse. Juraría haber escuchado al temible Ares, Señor de la Guerra, reírse entre los redobles de los tambores, como deleitándose ante la crueldad del espectáculo.

Puso la sarisa paralela al suelo, tratando de no oír los gritos. La espada corta que colgaba de su cinturón le pesaba como un muerto. Si sobrevivía al ataque, tendría que deshacerse de la lanza y combatir cuerpo a cuerpo. 

De pronto, las pisadas de centenares de caballos macedonios inundaron el campo de batalla. Galopaban por detrás del enemigo. Eran el martillo. La falange, el yunque. En cabeza de la caballería iba el estandarte real, agitado por el helado aliento de Tánatos, junto a un feroz soldado, el príncipe Alejandro. Airocles logró sonreír con renovadas fuerzas, lanzó un intenso clamor al cielo y esperó el impacto del enemigo contra su sarisa. 

Cuando el sol dejó abandonadas las sombras en el suelo, se ganó la batalla. Airocles, en medio del nuevo Estigio ensangrentado, se alzó triunfante.