V Edición
Curso 2008 - 2009
Más allá de su apariencia
María Álvarez Romero, 15 años
Colegio Entreolivos (Sevilla)
Pedaleó por la plaza, contento de estrenar su regalo de cumpleaños. Del manillar colgaban sendas tiras rojas que hacían juego con el resto de la colorida bicicleta. Aumentó la velocidad y simuló que competía en el Tour, inclinándose sobre el manillar y elevando su cuerpo.
Llevaba mucho tiempo deseando aquel juguete. Desde hacía meses sus amigos hacían carreras mientras él se tenía que contentar con mirarles. Pero aquel día iba a ser diferente: por fin pedalearía junto a ellos y conseguiría el primer puesto.
Sin embargo, la plaza estaba desierta. Sólo las palomas picoteaban las migajas del suelo. Ricardo se dispuso a dar la vuelta, cabizbajo. Se sentía triste porque no podría mostrar su bicicleta ni causar la admiración de todos, pues eso era lo que deseaba, que sus amigos sintiesen lo mismo que él había sentido en los últimos meses.
Cuando estaba a punto de marcharse, vio a lo lejos una pequeña figura que se dirigía a la plaza. Rápidamente, Ricardo se enderezó y se acercó, orgulloso, al niño que se había sentado bajo la sombra de un árbol. Pero se detuvo en seco al descubrir quién era. Se llamaba Rafael y era el hijo pequeño de una familia gitana que vivía en el descampado. La madre de Ricardo le tenía prohibido que se acercara a ellos, advirtiéndole de que podrían hacerle daño. Precavido, se limitó a observarlo de lejos, dispuesto a echar a pedalear en cualquier momento. Sin embargo, no le pareció peligroso. Rafael jugaba con un tanque de plástico que hacía pasar una y otra vez sobre unas ramitas secas. Ricardo bajó las cejas para ver mejor. Cautelosamente se acercó un poco. El gitanillo le descubrió. Le sonrió e invitó a que jugara con él.
Ricardo dudó un instante. Pero decidió que era preferible tener un compañero de juego a jugar solo. Nada más sentarse junto a Rafael, éste le ofreció el tanque. Le dio las gracias, intimidado por la generosidad del niño gitano y observó el viejo juguete. Lo reconoció al instante: aquel era el tanque que había tirado a la basura porque estaba estropeado. Quería uno nuevo más grande.
Miró enfadado a su compañero, con la intención de reprimirle por robarle los juguetes. Sin embargo, cayó en la cuenta del aspecto de Rafael, cuya camisa estaba rota por los codos y le faltaban algunos botones. En ese momento, Ricardo se avergonzó. Sonrió a su nuevo amigo y le ofreció su bicicleta para que diese una vuelta por la plaza.