V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Más que un negocio

Núria Martínez Labuiga, 16 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

Carolina releyó, angustiada, la portada de aquel periódico. Corría a toda prisa hacia el despacho de su socio y prometido. Entró sin llamar y cerró de un portazo ante la atenta mirada de su “hombre perfecto”, que estaba sentado en su sillón de cuero. Se acercó despacio, intentando simular que estaba tranquila, obligando a las lágrimas a no salir de sus ojos.

Cuando se encontró junto a la mesa, dejó sobre ella el diario. Álex lo exploró con la mirada:

“La policía encuentra al propietario de la empresa farmacéutica Arán, Juan Rodríguez Ramos, asesinado en su propia casa”.

-Alex, dime que no has tenido nada que ver en esta barbaridad.

Su novio se observó las manos, nervioso por la grave acusación. No podía permitir que Carolina dudara de su inocencia. Ella lo era todo para él.

-¿Qué te hace pensar algo así?

-Muchas veces me has comentado lo beneficioso que sería para nuestro negocio la desaparición de Juan Rodríguez. Pero sabes que nunca podría aceptarlo.

El silencio invadió el despecho mientras se cruzaban sus miradas. Ella esperaba una respuesta, pero en la mente de su compañero comenzaba a deshacerse, como papel en el agua, una complicada trama. Cualquier palabra, gesto o mirada de más le delataría, lo habría echado todo a perder. No sabría cómo sacar adelante la empresa sin ella, ni tampoco cómo vivir él mismo sin su presencia.

La miró a los ojos y, sin dejar de mover las manos -sin sentir sus palabras- lo negó.

Con una triste media luna en los labios, bajó la mirada, algo que no a Carolina no le pasó desapercibido: supo que era mentira y pudo leer el miedo en los ojos de Alex. También ella lo tenía; todo cuanto había forjado en aquellos cuatro años desaparecería de pronto: su proyecto de vida junto a él, el sueño de casarse, aquel negocio que les había costado tanto esfuerzo.

-Habría aceptado una quiebra, pero una muerte es una solución desproporcionada. No creo que te descubran y me siento incapaz de delatarte, pero no puedo simular que nada ha sucedido y permitir que el peso de conciencia me quite la paz de la misma manera que va a terminar contigo poco a poco.

-No te vayas, por favor.

Se mordió el labio: en aquellas palabras había verdad, mucha más que en las anteriores, pero para ella no fueron suficientes. Álex la vio marchar. Se quedó solo en el despacho con la ausencia de su amada y, sobretodo, ante su conciencia. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, si no aceptaba su culpa, aquel sería el principio de su propia destrucción.

***

Carolina se acercó al telefonillo y extendió la palma de la mano en el cristal que los separaba. Al otro lado, Álex imaginó que sus manos se rozaban de nuevo, sin barreras transparentes ni ojos policiales.

Cuando confesó su crimen aquella tarde, no imaginó todo lo que alcanzaría con ello: primero fue una extraña paz; no como quien está orgulloso de su delito, sino como aquel que tiene la oportunidad de librar su conciencia del peso que le atenaza. Lo siguiente fue su preciosa Carolina, que no volvería a abandonarle; y por último, el rayo de esperanza que ella le devolvió.