II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Mateo

Jorge López

                 Virgen de Atocha  

    Supongo que primero debo presentarme. Me llamo Mateo y hace años era un chico solitario. Tal vez, solitario no sea la palabra adecuada. En realidad, el problema es que no llamo la atención, por lo que la gente no me hace mucho caso. Aunque en el momento en el que estoy hablando con alguien, le caigo bien, pero en cuanto dejo de hablar se olvidan de mí. Esto me obligaba a recluirme: no salía mucho de casa; solo para hacer algún recado o para ir al colegio. Esto no quiere decir que de vez en cuando no quedase con los pocos amigos que tenía, sino que no salía tanto como yo hubiese querido.

    Tal vez, este problema se deba a que soy un muchacho común: ojos marrones, pelo negro, ni gordo ni delgado, altura media… Es decir, lo más común que podáis imaginar. En realidad, sí destaco en una cosa: en los estudios. Como estaba mucho tiempo encerrado en casa, tenía que buscarme entretenimientos. Una de ellos era estudiar. Otros, escuchar música o jugar a la videoconsola.

    Pero…, algo me cambió. Y, a pesar de ser demasiado obvio, solo podía tratarse del amor.

    Está claro que si la ayuda fue el amor, había una chica y, si acabo de presentarme, también tendré que decir algo sobre ella. Se llama Sara, tenía 15 años… ¡Se me olvidaba, yo tenía 16! Ella tenía el pelo negro, que le llegaba por debajo de los hombros, y era un poco bajita pero eso no perjudicaba su belleza o, por lo menos, a mi me lo pareció. Pero me estoy extendiendo demasiado, empezaré mi historia…

    Era el primer día de colegio. Solo teníamos que ir a clase para conocer a nuestro tutor y que nos diesen algunas señas para el curso. Aunque al principio todo el mundo se había colocado en el lugar que prefirió, nada más llegar, nos mandó sentarnos por orden de lista. Por alguna extraña coincidencia, a mí me tocó al lado de la chica nueva. Nada más sentarnos, intenté entablar una conversación con ella, a riesgo de una amonestación por parte del profesor. En realidad, nadie estaba haciendo caso a su charla, ya que era la propia de todos los años: que si las reglas de convivencia, que si el alcohol y el tabaco… La saludé para romper el hielo:

    -Hola, ¿cómo te llamas?

    -Sara. ¿Y tú?-respondió con un poco de desconfianza.

    -Mateo. Pero, tranquilízate, solo quiero conocerte. Al fin y al cabo, eres nueva, ¿no?

    -Sí, perdona. Estoy un poco nerviosa por lo del primer día.

    -No te preocupes. Nos pasa a todos.

    A partir de entonces, empecé a cogerle cariño, y ese cariño creció hasta niveles insospechados, ya que, debo decir, no había tenido muchas relaciones con las chicas hasta entonces. Por supuesto hablaba y había quedado con ellas alguna vez, pero nunca había salido con ninguna. También, a consecuencia de mi inexperiencia, no me atrevía a decirle nada a Sara, temiendo su rechazo. Así que el curso siguió. Pasaron las vacaciones de Navidad y yo ya no podía callarme mi amor durante más tiempo, por lo que decidí actuar.

    Cuando ya llevábamos tres semanas de clases desde el final de las vacaciones, empecé a hablar con Sara en medio de la lección de matemáticas. Se que no es la manera más romántica de hacerlo pero, comprendedme, yo era un principiante en estos lances:

    -Sara-la llamé en un susurro.

    -¿Qué quieres?

    -Quisiera decirte una cosa importante.

    -Y, ¿cuál es?-respondió impaciente.

    -Que…, te quiero-solté con gran esfuerzo.

    A Sara se le quedó una cara un poco sorprendida al principio, pero luego sonrió levemente.

    Temía que se riese de mí. Pero lo que dijo aún me desconcertó más:

    -Ya pensaba que no lo ibas a decir nunca.

    -¿Tanto se me notaba?

    -Sí, bastante. Entre mis amigas, has sido uno de los principales temas de conversación estos últimos días.

    -Y eso, qué significa, ¿me quieres o no?

    -¡Qué sí, tonto!

    Aunque eso último lo dijo más alto de lo que debería y, por consiguiente, el profesor nos llamó la atención, a mí no me importó. Estaba demasiado alegre como para darle importancia.

    A partir de entonces nuestros compañeros empezaron a hablar de nosotros dos. Salir con Sara también repercutió en que conocí a mucha más gente del curso, lo que me hizo ganar confianza en mí mismo. Solo hubo un problema, algo de lo que no nos dimos cuenta hasta el final del curso: no íbamos a seguir el mismo camino una vez que saliésemos del colegio, y eso nos iba a distanciar. Con gran pena decidimos cortar nuestra relación en el mes de junio.

    Aunque la seguí viendo, ya no era con la misma continuidad de antes, pero conseguí conservar a Sara como amiga. Me costó bastante superar este primer amor, pero mi vida continuó, primero en la universidad y después con diferentes empleos. Hubo muchos más amores aparte de éste, pero ninguno hubiese sido posible, así como tampoco muchas de mis posteriores amistades, si Sara no me hubiese devuelto la confianza en mí mismo. Ahora que contemplo mi vida, me doy cuenta de que se veía a la legua que ella estaba enamorada de mí. Aparte de que fui muy torpe conquistándola. Pero, eso no importa ya que, contra todo pronóstico, las cosas salieron bien.