X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Matriuska

Pilar Aviñó, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Su padre la cogió del brazo y, clavándole su fría mirada, le escupió a la cara:

-¡Lo harás!

– ¡No! –gritó, y escabulléndose corrió hacia su madre, que se apartó para colocarse junto a su marido al tiempo que bajaba los ojos, como pidiéndole perdón.

Katrina supo que estaba sola, pero seguía dispuesta a no ceder.

–Harás lo que yo te diga; dejarás la escuela.

Su padre la empujó a un colchón en una esquina de la habitación. La abuela de la niña contemplaba la escena junto a la ventana del mismo cuarto que toda la familia compartía.

Katrina, a pesar de sus catorce años, le sostuvo la mirada a su padre. Tenía el doloroso presentimiento de que le había perdido, que él jamás confiaría en ella ni la escucharía.

-¿Dices que no lo harás?... ¡Claro que lo harás! -. Los ojos se le habían prendido de ira–. Vas a trabajar en la fábrica.

Acto seguido le tendió una bata sucia y un lazo azul a modo de uniforme laboral y abandonó la habitación con un portazo.

Cuando Katrina entendió lo que decía su padre recorrió el cuarto con la mirada, buscando algún detalle que la alejara de aquel terrible instante. Sus ojos se detuvieron en su madre, que colocó a su hermano Nicolavy en el canasto para que durmiera, evitando mirar a su hija, que le gritaba ayuda sin pronunciar palabra.

Se fue hacia los fuegos para cocinar. La cocina ocupaba el otro extremo de la habitación. Apoyando las manos en la mesa bajó la cabeza en señal de derrota y en las facciones de su cara, que Katrina no podía ver, se prendió el cansancio y la vergüenza. Sin atreverse a mirarla, dijo:

-Haz lo que te dice tu padre -. Y salió de la habitación dándole la espalda.

Katrina se tumbó para pensar en lo mucho que deseaba estudiar y descubrir las cosas por sí misma. Pensó en la libertad. Se imaginó un pájaro volando por encima de una arboleda. Volaba alto haciendo diversas piruetas, pero cuando quiso ir hacia un río se dio cuenta de que unas cuerdas le mantenían atado a un árbol. Pero de tanto porfiar logró soltarse.

Katrina sabía que el pájaro sonreía al alejarse, pero al tornar la mirada volvió a la realidad. Se incorporó, y tras darle un beso a su abuela cogió a Nicolavy y le meció suavemente, mientras le cantaba una nana.

Esa noche nadie se dirigió a Katrina. Ni su padre, ni su madre ni su abuela la miraron a los ojos.

Así se sucedió el tiempo, hasta que al final su padre cansado de la situación le dijo una noche, casi con un susurro:

-Si mañana no vas a la fábrica, dejarás de vivir aquí porque ya no serás hija mía.

Esa noche Katrina volvió a soñar con el pájaro.

Al día siguiente se negó a levantarse. No entendía por qué tenía que renunciar a un futuro mejor, por qué ella tenía que trabajar y renunciar a los estudios. Creía que si no iba al colegio moriría de desesperación.

Pensó en huir, pero sabía que no le llevaría la contraria a su padre. Con rabia se dio cuenta de que nadie le llevaría la contraria a un hombre. Al menos, en Rusia.

Mientras Katrina seguía divagando, su abuela se acercó sigilosamente y se sentó a su lado. Katrina se acurrucó entre sus brazos. Su abuela sacó una muñeca del bolsillo de su vestido negro. Estaba hecha de madera, decorada en tonos vivos y alegres.

– ¿Sabes lo que es esto?

Katrina negó con la cabeza. No había visto algo así en su vida.

-Es una pequeña réplica de una joven rusa porque nosotras tenemos el corazón más puro y más valiente. Cielo, en la vida te harán daño muchas veces y tendrás que renunciar a tus sueños. Peri siempre lleva la cabeza bien alta.

Abrió la muñeca por la mitad y de su interior sacó otra muñeca igual aunque un poco más pequeña.

-La vida es dura Katrina, pero es la vida. Vivir es amar, sufrir y hacer camino, unas veces llano y otras empinado.

Y volvió a abrir la muñeca. Esta vez sacó una réplica muy pequeña.

–Pero lo importante está en tu corazón, Katrina. Sólo tú puedes decidir quién eres.

-Sigue –le pidió-

-El hombre que te quiera tendrá que abrir capas y superar barreras para alcanzar tu corazón. Y es muy difícil acceder al corazón de una matriuska.

Le dio la muñeca más pequeña. Katrina entendió que esa muñeca no se podía abrir porque estaba hecha de una sola pieza; era impenetrable.

–Este es tu corazón- le susurro su abuela.

Katrina buscó sus ojos claros y pudo distinguir dignidad y valentía en su propio reflejo.

A partir de ese día, Katrina se anudó un lazo azul las mañanas. Los ojos de su madre nunca se volvieron a encontrar con los de su hija y los pájaros dejaron de ir a visitarla. Pero sobrevivió, porque como ella misma se recordaba todas las mañanas la vida es sufrir y amar, y hacer camino y ser fuerte.

Se había convertido en una matriuska.