I Edición
Curso 2004 - 2005
Mayo de estudio
José María Pastrana, 16 años
Colegio El Redín (Pamplona)
El fin de curso viene siempre espigado de exámenes que inundan la agenda, henchidos de un sabor estival cada vez más palpable, y proporcionan a nuestra fisonomía unas ojeras bastante acusadas. La anterior rutina escolar, tan grácil y despreocupada, se ve ahora transformada en un torrente de lecciones acabadas atropelladamente —todo por ajustarse a la materia establecida—, a la vez que los madrugones se iluminan por un cálido sol de mayo que invita a salir de casa sin otro abrigo que un polo colorido. Cruda paradoja tener que alienarse al conocimiento y a la sabiduría de biblioteca, mientras la naturaleza siente la brisa del océano azul, colmada de verano.
Ahora bien, no es mi intención criticar con anarquía una supuesta imposición del estudio, ni mucho menos; ya sé bien que tendré que buscarme un alto ideal por el que sufrir las tardes enteras frente al escritorio. No, no es eso. De lo que me quejo es del método, el ritmo casi frenético que conlleva todo este revuelo estudiantil. Y me rebelo porque, lejos de dejar ordenadas las ideas acrisoladas durante el curso, esta saturación de exámenes no hace sino sumir mi mente en un completo caos de números, fechas y autores, todos bajo el único lema de estudio, estudio y más estudio… Y es que la vida no son los exámenes.
Por eso, cuando mi mente lleva tres horas sumergida en la Filosofía, trato de recordarme que en casa seguimos siendo familia, estos días también, y de que no va a ser precisamente Marx, que hace poco salpicaba mis apuntes, quien me “expropie” del único momento que tenemos al día para sentarnos juntos y crear una afable tertulia, o ver sin más cómo mi hermanita pequeña, sumida en sus once meses, ya ha dado sus primeros pasos indecisos y nos ha pronunciado tiernamente «ma-má».
¿Quién puede resistirse a tan simpática gracia? Bien vale esto un rato de nuestro valiosísimo e inquebrantable estudio. Eso sí, después de la cena, y del bullicio de los cinco canijos correteando por la cocina, cuando todos duermen, llega el momento de sacrificar el descanso de verles roncar o de disfrutar de un buen libro entre los grillos del jardín, para subir junto al halo de la lámpara para rematar las inquietudes de Platón y toda la escuela de Atenas. Dios nos dé suerte mañana.