XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Medicina contra el dolor 

Aroa Bonet, 17 años

Colegio Altozano (Alicante)

A lo largo de mi vida he pasado por numerosos momentos de dolor, pero ninguno comparable al que me produce ver sufrir a las personas a las que quiero. Siento que su dolor es mi dolor. Puede que sea algo heredado, pues tanto a mi madre como a mi abuela les sucede lo mismo. Cuando alguien está pasando por un mal momento, se les encoge el corazón y les cambia la mirada. Cabe la posibilidad de que sea inherente al ser humano, pues muchas personas tienen ese sexto sentido para adivinar cuándo alguien necesita ayuda. 

Algunas personas dicen que la tristeza no existe, que es nuestra imaginación la que pinta el mundo de negro. Pero yo sé que existe, y que es tan real que cuando se padece, uno puede llegar a creer que se muere. 

Una cosa es el dolor físico, el que se sufre a causa de un golpe, de una enfermedad, de una caída… Por insoportable que parezca, casi siempre tiene remedio y suele sanar con el tiempo. Existe otro dolor que no se va tan fácilmente, pues una vez te coge cariño, se te queda pegado como una lapa. Y no es fácil de sobrellevar. Lo provocan dos situaciones: ver sufrir a una persona a la que quieres o que una persona querida te haga sufrir innecesariamente. Aunque se intente ignorarlo, aunque parezca que no es para tanto y que seremos capaces de superarlo, deja una herida en el corazón, una cicatriz que permanece por mucho maquillaje que se le ponga, como bien lo experimentan quienes conocen rupturas, desamores, indiferencia por parte de los demás, la pérdida de un ser querido o, también, el aislamiento.

Al igual que no hay blanco sin negro ni bien sin mal, no hay amor sin dolor. Por eso algunas personas parecen disfrutar al morir de amor. En las canciones queda muy bonito, lo reconozco, pero su realidad no es tan amable y hay que ser capaz de hacerle frente. Mientras el dolor –la mayoría de las veces– no se elige, amar y ayudar a los demás es una elección en libertad.

No sufrimos de igual manera si un ser querido pasa una mala situación, una enfermedad, que si la padece un desconocido, ante el que nos puede brotar cierta compasión. Lo que caracteriza a los dolores más fuertes es el amor. Hay dolores en los que el amor no se ve a simple vista, como cuando nos sabemos solos, cuando los demás nos marginan o nos deprimimos por no tener amigos. Desde otra perspectiva, en esas situaciones buscamos a gente que nos quiera.

En nuestra sociedad hay mucho sufrimiento, pero si logramos comprender en qué consiste el dolor y qué precisamos para vencerlo, lograremos plantarle cara. 

Si uno no lucha por ver lo positivo de las cosas, si no pide ayuda o si no se rodea de gente querida, alargará ese periodo de agonía. Para contrarrestarlo hace falta mucho amor que compense los malos tragos. Es un gran reto, no cabe duda, pero si nos esforzamos por sembrar amor, disminuirá el padecimiento de mucha gente.