XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Memorias de Linali

Luciana Milagros Olórtegui, 15 años

Colegio Tierrallana (Huelva) 

Estaba rodeada de silencio. Una gota salada corrió por su mejilla y todos sus pensamientos se concentraron en tan diminuto elemento, en el que abandonó su mente hasta dejarla en blanco, el mismo color de las páginas del pequeño cuaderno donde acabó salpicando el símbolo de su tristeza. En aquellas hojas escribía nombres que, como destellos de luz, aparecían esporádicamente en su cabeza. Sus esfuerzos por intentar recordar a su familia no terminaban de dar fruto.

Linali estaba hastiada de la monotonía de aquella casa. Llevaba bastante tiempo allí, aunque no sabía cuánto. Aquellos desconocidos le privaban de buena comida, pero lo que menos le gustaba de todo aquello era la televisión. El ruido la aturdía y la emisión continuada de diversos programas hacía que confundiera la realidad con lo que se mostraba en aquella caja luminosa. Por eso le gustaba salir al jardín a tomar el sol, mirar al cielo y recibir un poco de calor.

No tenía libertad, o al menos era lo que aparentaba su modo de vida. A la hora de la comida le servían alimentos distintos que los del resto. Tampoco podía ducharse sola; una señora la vigilaba. Por eso sentía que los habitantes de la vivienda eran unos extraños: el señor, la señora y la niña, aunque no podía negar que a veces pasaban buenos ratos los cuatro juntos. Se reían, pero al día siguiente volvían a ser unos desconocidos.

A menudo la llevaban a un edificio de paredes blancas, repleto de camas. Las visitas no eran demasiado largas.

Una vez, mientras paseaba por la casa, decidió hablar con la señora. Lo primero que le preguntó fue:

—¿Quién eres?... ¿Qué hago yo aquí?

La mujer le lanzó una tierna mirada y, de seguido, rompió a llorar. Linali no entendió la razón de aquel abatimiento. Tampoco comprendía por qué esa misma señora acudía a su cuarto por las mañanas y las noches para darle unas bolitas duras. También hacía algo que llamaba «tomar la tensión». Todo se le hacía muy confuso.

Una noche tuvo un sueño singular: se vio rodeada de todos sus seres queridos y fue identificándolos uno tras otro. Revivió junto a ellos momentos que no recordaba. Momentos de gloria. De repente todo se tiñó de negro y se sintió dolorosamente afligida. Abrió los ojos y observó el blanco característico de las paredes. Desconocía que se encontraba en el hospital, viviendo la fase terminal de una enfermedad de Alzheimer. A los pies de su cama se encontraban los tres desconocidos, quienes entre llantos silenciosos la contemplaban. Eran su familia.

La señora se acercó con una mirada melancólica. Con dulzura le susurró al oído:

—Te quiero, mamá.

Linali no supo contestarla, pues había olvidado el significado de las palabras.