I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

¿Merece la pena experimentar
con embriones?

Marta Pérez Gago, 15 años

                Colegio Ayalde, Loiu, Vizcaya  

     Existen dos tipos de células madre: las adultas y las embrionarias. Las primeras son células no diferenciadas, que pueden renovarse constantemente y dar lugar a células especializadas. Estas células se encuentran en los diferentes órganos para reparar los daños que se puedan producir en los tejidos. Sin embargo no son totipotenciales, es decir, no pueden formar un ser vivo completo.

     Esta función sí la cumplen las células madre embrionarias, que como su nombre indica, proceden de un embrión humano. Son las que provocan más polémica, ya que se les presupone un destino lleno de aplicaciones que van desde el tratamiento de patologías neurodegenerativas, como la enfermedad de Alzheimer o de Parkinson, hasta la fabricación de tejidos y órganos destinados al trasplante, al tiempo que para su extracción y posterior cultivo es preciso la experimentación con embriones.

     Ante estas últimas revelaciones, sería lógico pensar que no hay razón para no investigar con ellas. Pero dado que estos embriones, humanos, son privados de la vida para contribuir al desarrollo de la ciencia, también sería correcto plantearse el correspondiente dilema ético: ¿consideramos que un embrión es un ser humano?, ¿es ético matar un embrión humano?, ¿es ético experimentar con un embrión humano?...

     La célula es la unidad mínima de vida. Por tanto, un embrión (formado por esas mismas células) debe considerarse un ser vivo, pues está dotado de vida y no es moral matar a un futuro hombre o mujer.

     Esta realidad suele quedar olvidada cuando pensamos que está dirigido en beneficio de personas enfermas. Y...“corazón que no ve, corazón que no siente”. Es cierto que hay que encontrar nuevos métodos para la curación de dichos enfermos, pero no haciendo mal a la humanidad, no matando a un ser vivo, no convirtiéndonos en egoístas irreflexivos.

     El precio del progreso puede llegar a ser demasiado alto. No conviene rebajarse a pagarlo, sobre todo, cuando la vida está por medio.