II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Mi ilusión

Rosa García Macías, 15 años

                Colegio Alcazarén, Valladolid  

    I

    Alejandro no nos ha olvidado y me habla de ti, de nosotros. Lo sabe todo, pero afirma que no le importa, que nos sigue queriendo igual que el primer día. Y yo no sé qué responder. Le he dicho tantas veces “lo siento” que incluso a mí se me hace repetitivo e insignificante.

    Me cuenta cómo es todo por allí: la gente es amable y cariñosa, le tratan bien, incluso a veces me dice que le miman demasiado. Los paisajes poseen la belleza infinita de un horizonte sin final y un aroma a flor, que según dice, le recuerda a mí. Siempre me hace sonreír con ese comentario, porque vuelve a recordarme que soy madre.

    Tiene tus ojos azules y, poco a poco, va adquiriendo los rasgos de tu nariz. ¿Te acuerdas de que yo no quería que la tuviese? Pues ahora, cada vez que la veo no puedo reprimir una lágrima. Es tan guapo como tú.

    En algunas ocasiones nos quedamos callados y siento un enorme deseo de poder abrazarle, de poder sentirle a mi lado. Y él lo sabe, en eso se parece a mí. Sabe cuando mentimos.

    Supe lo que deseabas que hiciéramos desde el primer momento. Tus ojos azules se oscurecieron y recreaban una tempestad. Eso es lo que te pasa cuando mientes, por eso siempre te descubría. Un gran secreto, ¿verdad?

    Tardaste un mes en decírmelo y no me sorprendió porque, como ya dije, lo intuía. Me quedé en silencio y me abrazaste. Estabas llorando, algo insólito en ti. Comprendí tu dolor y comencé a sentir el mío.

    Fuimos unos egoístas y, sobre todo yo, no debí hacerte caso. Pero te amaba y tenía tanto miedo…

    Alejandro me ha contado que aún piensas en mí y en él, que no has olvidado aquella tarde lluviosa en la que me dijiste que tenía que abortar y que esa era la única solución. Tus palabras iban acompañadas de ese cambio en tus ojos, de ese tono oscuro. Prefiero pensar que tú también te dejaste llevar por el miedo.

II

    Ahora imagino cómo habría sido nuestra vida si el horror no se hubiese cruzado en nuestro camino. Seguiríamos juntos porque, a pesar de todo, nos queríamos. Sin embargo, el dolor se hizo insoportable. Al vernos, florecía el constante recuerdo de lo que no debimos hacer.

    Seguramente ahora estaría recogiendo a Alejandro del campo de fútbol. Habría sido un gran deportista, como tú. Le llevaría a casa de la mano en vez de estar echada sobre mi cama, escribiendo otra carta que nunca me atreveré a enviarte y aferrándome a la ilusión de que él está con nosotros de algún modo. Y que nos ha perdonado.