I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Mi mundo

María Tovar, 16 años

                  Colegio Miravalles (Pamplona)  

     Oí hablar a las enfermeras al cerrar la puerta de la habitación. Distinguí sus cuerpos tras el opaco cristal al ir alejándose poco a poco. Yo observaba atentamente a mi padre, tan demacrado. Estaba sordo y sin poder expresar ni una palabra.

     Me había pasado toda mi vida en ese hospital. Había nacido y vivido prácticamente allí. Mi padre tuvo un accidente de coche nada más nacer yo y quedó en coma. Llevaba varios años en un estado de soledad, enfrentándose y aferrándose incansablemente a su vida.

     Cada día llegaba a la habitación con la esperanza de que al entrar, abriese los ojos y me mirase, pero cada mañana se repetía el mismo sentimiento desalentador: allí seguía, postrado en la cama y rodeado de multitud de tubos y aparatos. Los médicos, de vez en cuando, despertaban en mí una vaga esperanza. Era como una nueva puerta que se abría hacia un mundo perfecto, lleno de ilusiones que cumplir junto a mi padre; pero ésta se cerraba rápidamente.

     Nos pasábamos el día juntos, aunque cada uno en nuestro mundo. Desde que empecé a tener uso de razón y me di cuenta de la situación crítica en que se encontraba, me sumí en un universo completamente diferente. Sentí como si un inmenso muro se alzase sobre mí y me encerrase en un profundo vacío, en un mundo sin sentido, falto de alegría y de esperanza. Dejé de dar importancia a lo que ocurría a mi alrededor y en muy poco tiempo me encontré sólo. Únicamente contaba con mi padre, ya que mi madre se encontraba en tratamiento a causa del alcohol.

     Todas las mañanas me llevaba al hospital un libro del cual le leía un rato a mi padre, ya que me habían recomendado que le hablase. Yo lo hacía, aunque sentía como si hablase con una pared.

     Uno de esos días en que estaba sentado al lado de su cama, noté como si fuese a despertarse. Lo miré fijamente, lo llamé, le dije que yo estaba allí con él. De pronto abrió los ojos ligeramente, me miró y soltó el último aliento.

     Me deshice en lágrimas, lo observé lentamente y vi como había esbozado una dulce sonrisa al mirarme por última vez.