X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Mi papá lo arregla todo

Teresa Gómez, 16 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

Ayer celebramos el cumpleaños de mi padre, que recibió varios regalos. El que más gracia nos hizo fue un pisapapeles que realizó mi hermana pequeña, a la que, por lo visto, no le dio tiempo a terminarlo para el día del padre. La pequeña masa de arcilla con agujeros (además de pisapapeles, sirve para sujetar bolígrafos) fue a parar a una balda en el cuarto de mis padres. Esa balda debería albergar las manualidades que mis hermanos y yo hemos ido trayendo a casa a lo largo de los días del padre, de la madre, cumpleaños, etc.., pero sospecho que ellos, sabia y discretamente, los han ido tirando según pasaba el tiempo. Ahora sólo quedan una ranita de peluche que cosí hace años y un dibujo de mi hermano en el que cuatro monigotes, cada uno con su cartel identificativo al lado de la cabeza, se agarran de la mano con un paisaje de sol y montañas de fondo. El dibujo tiene un pie de página, escrito con temblorosa mano infantil, que dice: “Mi papá lo arregla todo, todo, todo.”

Esa frase se hizo nuestra aquella vez que mi hermano rompió su espada láser. Al recibirla de nuevo después de que mi padre le hiciera un apaño, comentó emocionado: <<¡Qué bien! Ahora brillará más fuerte>>.

Qué de buenos recuerdos le debo a mi padre: cuando le pedía que me empujara en el columpio <<como a Heidi>> hasta que gritaba de vértigo y miedo a dar una vuelta de campana; al escuchar sus gritos animantes durante los partidos escolares; cuando su voz resonaba por toda la sala -“¡Teresa, no te oigo!”- durante el concurso de villancicos; cuando le pedía un tema con el que realizar un trabajo para el colegio, y al día siguiente me ofrecía cuatro o cinco, todos muy atractivos.

Mis mejores amigas son aquellas de quienes mi padre conoce no solo sus nombres sino las peripecias que vivimos juntas. Porque puede que mi madre se encargue de todo, pero cuando se va de viaje y nos tenemos que repartir los encargos de la casa, es él el que se convierte en entrenador del equipo familiar. Me encantan sus lecciones de guitarra, que me tiene que repetir cada dos meses, y las de conducir que nos impartía de pequeños a los cinco hermanos, en un parking, sentándonos sobre sus rodillas y dejándonos girar el volante.

Podría seguir enumerando anécdota con las que, puede, que algunos lectores se identifiquen, aunque cada cual vive en la “república independiente, e irrepetible, de su casa”. Sin embargo, creo que hay algo común a todas las familias, aquel anuncio que mi hermano ha sabido transmitir en su dibujo infantil: “mi papá lo arregla todo, todo, todo.”