XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Mi taza de café

Inés Rosique Gutiérrez (16 años)

Colegio Altozano (Alicante) 

Estamos a las puertas de los exámenes globales. He vaciado mis archivadores para recuperar los apuntes de un septiembre que, a día de hoy, queda muy lejos. Los resúmenes con los que preparé aquellos exámenes, ahora se tienen que convertir en frases cortas para que sea capaz de retener toda la información del curso. Por si fuera poco, la profesora ha puesto el aire acondicionado al límite para que podamos aguantar las horas de clase. Mientras tanto, mis compañeras y yo tenemos la cabeza a un paso del tan ansiado verano: nos vemos de cerca la playa, las fiestas, los helados y las siestas eternas, aunque, por ahora, todo esto se asemeja a una utopía.

Queda la peor la parte: el tiempo que no estoy en casa me encuentro en la biblioteca, y los momentos en los que no estoy durmiendo, bebo café con los apuntes delante, con los que repaso a Ausiàs March y la lírica trovadora de Ramon Llull.

¿Es necesario tanto estrés, tanto agobio, para que luego, en una hora y media plasme lo memorizado en un papel, que pasará a manos de un corrector que analizará mis palabras para darles un valor numérico, según mi respuesta se acerca más o menos a lo cuestionado?

El quid de la cuestión está en ese «valor numérico», pues para conseguir nuestro sueño universitario debemos alcanzar una determinada puntuación. Dependiendo de la carrera deseada será más o menos elevada, pero son notas que, al fin y al cabo, determinan nuestros objetivos. Es una lástima que para los estudiantes la meta no sea nada más que el modo de acceder al Grado, sin tener en cuenta el aprendizaje, que es lo más importante en la vida. Me frustra que los que en unos años vamos a sostener el mundo, estemos obsesionados en esas décimas, anteponiendo la memoria al aprendizaje.

Ansío el momento en el que esa taza de café a medianoche se convierta en algo excepcional y no en el elemento que me ayuda a rascar esas décimas.