III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Mi vida por un lavaplatos

Cristina Díez Astray

                  Colegio Los Tilos (Madrid)  

     Es curioso como un electrodoméstico puede llegar a controlar nuestras vidas. Por lo menos, ellos son quienes mandan en mi familia. Se fueron introduciendo lentamente, ganando terreno bajo la protección de mi madre, para convertirse en regidores de nuestros  horarios.

    Todo comenzó cuando el lavaplatos llegó y se instaló en nuestra casa del campo, donde pasamos los fines de semana. Parecía un electrodoméstico más, pero no era así. Fue adquiriendo un protagonismo exagerado. No era tonto, y esperó a ganarse nuestra confianza. Para nosotros, se trataba de uno más, a la altura de la nevera, lavadora...

    El problema empezó cuando a mi madre se le ocurrió ponerlo en funcionamiento un domingo por la tarde. Hizo su trabajo a la perfección, de tal forma que mamá quedó encantada al ver que podía recoger la vajilla limpia y ordenarla antes de marcharnos a Madrid, en donde está nuestra residencia habitual.

    No sé cómo no nos dimos cuenta al principio. No me explico ese fallo. Mi madre empezó a ponerlo en marcha antes de que partiésemos a la gran ciudad. Desde entonces, es el señor lavaplatos el que decide cuándo debemos irnos. Además, mamá nos somete a realizar una recogida en la que sufrimos grandes quemaduras en las yemas de los dedos.

    Si don lavavajillas va a terminar, mi madre lanza el grito de guerra: hay que marcharse. Da igual lo que estés haciendo (estudiar, leer, darte un paseo…). El electrodoméstico ha tocado la corneta.

    Lo auténticamente terrible fue el día en el que a mi madre se le ocurrió ponerlo un sábado por la mañana. Como ella madruga, el sonido de aquellas tripas electrónicas nos despertó. No fue una buena manera de comenzar el fin de semana.