VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Mis pequeños amigos

Laura García Llinás, 14 años

                  Colegio Puertoblanco (Campo de Gibraltar)  

Aún recuerdo la mañana en que la recogí. Tenía solo tres meses y cabía en mis manos. Era una bolita de pelo que, desde el trasportín, me observaba con ojos asustados.

Mi perra se llama Candela, es un pomerania de un color parecido a la avena. Es una buena amiga, junto con mis dos perros, pero tiene algo especial que la diferencia de ellos.

No recuerdo un solo momento de mi vida que haya estado sin perros, pero nunca llegué a tener uno propio. Con esto quiero decir que ellos siempre se dirigían a mis padres, acudían a ellos cuando los llamaban. A mí nunca, excepto Candela.

Estos animales ofrecen mucha compañía. Aunque muchas personas no lo ven de este modo, como si fuesen solo un elemento más del mundo que no merece cariño ni respeto.

Sin embargo, te acompañan cuando más lo necesitas; Por muy triste que estés, acuden a ti y hacen lo posible con tal de sacarte una sonrisa. Si te vas de casa un ratito, cuando vuelves te reciben con una alegría como si te hubieras marchado durante un mes.

Qué listos que son... En casa, la palabra “premio” no se puede pronunciar así como así, porque si no les tienes que dar su golosina: se ponen a ladrar hasta que les satisfaces. Si quiero que vengan, solo tengo que pronunciar: “¿Quién quiere un premio?”, acompañado de su correspondiente tono cantarín. Entonces echan a correr desde cualquier parte para que les des su recompensa.

Cuando mis padres están viendo la tele y Lolo, Lola y Candela están con ellos, si yo digo: “¿Y mi chica?”, tienen que bajar a Candela del sofá porque empieza a ladrar y no para hasta que yo no la recojo.

Y qué decir de esos días en los que todo te sale mal... Aparecen los perros y te hacen sentir importante.

Yo digo que Lola es una turista porque, cuando le parece, se da unas vueltas por la casa en busca de algo que mordisquear, o se va a pasear por el jardín, a meterse por la tierra, a revolcarse en el césped o a buscar piedras u hojitas para morderlas. Y cuidado con los calcetines, porque como cualquiera de los perros encuentren uno, olvídate de él: o lo esconden o lo agujerean. En el colegio no me hace falta la excusa de “Se los ha comido el perro”, cuando se me olvidan los deberes porque ya me ha pasado más de una vez que han terminado como aperitivo. Y descaro no les falta: si estás tumbado en el sofá y a ellos les apetecen también tumbarse, se acuestan encima. Si se lo reprochas, te miran con cara de pena, como diciendo: “¿Es que no me dejas?”.

Tener un perro supone un compromiso, una responsabilidad, ya que merecen un hogar. No basta con que nos gusten de cachorritos, sino de adultos también. No se merecen que nadie los abandone, pues necesitan recibir el mismo cariño, compañía y amistad que ellos ofrecen.