III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Misteca

Aldonza Abad, 14 años

                  Colegio Alcazarén (Valladolid)  

 


       Daniela cerró el libro. Se hubiera quedado más tiempo leyendo, pero tenía algo más importante que hacer: ir a ver a Misteca.

      Daniela tenía veinte años y estudiaba económicas, pero quería dedicar su vida a los caballos. A los tres años empezó a montar en pequeños ponis, y con el tiempo llegó a competir y ganó muchos triunfos. A los quince años le compraron una yegua, a la que puso por nombre Misteca. Juntas ganaron importantes campeonatos de salto. Eran la una para la otra.

      Daniela cogió el coche. El camino a la hípica no era precisamente alegre ni bonito: a cada lado de la carretera se levantaban numerosas casas en ruinas y caravanas de gitanos. Pero a Daniela le encantaba este camino, pues le recordaba a Misteca. En pocos minutos vería a la yegua y a Alejandro, por el que Daniela sentía algo especial.

      Llegó a la hípica, aparcó, tomó el equipo de montar y se encaminó a las cuadras. Notó que todos la miraban de una manera extraña. Pero nadie se atrevió a hablar con ella, hasta que Raúl, el dueño de la hípica, se acercó con aire abrumado.

      -Por favor, Daniela, ¿me puedes acompañar?

      Fue con él hasta el box de Misteca. El caballo estaba tumbado en el suelo. Parecía que dormía, pero Daniela supo enseguida que no estaba bien. La tarde anterior, la yegua corría como loca para despedirse de su dueña, y ahora...

      -Se encuentra muy mal. Ayer por la noche, Alejandro vino a visitar a su caballo y la encontró relinchando de dolor.

      Raúl dejó a Daniela a solas con el animal. La chica lloraba apoyada en el cuello de la yegua. Poco después Alejandro entró en la cuadra. Daniela no se movió para saludarle.

      Alejandro se acercó a su caballo, un macho negro, de gran altura, al que cepilló. Estuvo acicalándolo mucho tiempo, hasta que se acercó a Daniela y le dijo al oído esas dos palabras que ella esperaba recibir desde hacía tiempo.

      Daniela se apoyó en el brazo de Alejandro. Juntos vivieron la muerte de Misteca. Entre el dolor y la esperanza, Daniela no podía borrar de su cabeza aquel “te quiero”.