I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Moraleja

Paula Zubiabur, 17 años

                 Colegio Miravalles, Cizur Menor (Navarra)  

     Llega Vuestra Merced a las reseñas de un tronco carbonizado, putrefacto, corrompido por los años y, remangándose, se inclina curvando la columna vertebral, que parece quebrarse con el movimiento. Logra V.M. aposentar sus huesudas posaderas sobre un taburete bípedo, trapecista, que guarda el equilibrio. Posa a su lado un bastón de su misma ancianidad, y, tras remangarse los puños de la roída camisa, dirige meticulosamente su zarpa al bolsillo, de donde logra sacar un gastado tenedor.

     En la mesa, un plato con un huevo duro sin compañía. Una copa de cristal rayado, medio llena de aguardiente, reflejaba el candelabro que distaba a solo unos palmos. Sobre el candil, una vela iluminaba lo poco que había sobre la mesa, dejando ver, casi perdido en las tinieblas, un jarrón con amapolas que decoraban la triste cena.

     En esto, el dueño de la cena, con ojos ambiciosos, fija la mirada sobre lo que se dispone a degustar y, con un rápido movimiento de muñeca, lanza el cubierto al objetivo fijado, con tal desatino que se la escapa de la mano dando primero uno, luego otro y hasta un tercer salto en la mesa para caer, luego, al suelo, donde quieto reposa.

     Entonces sale el niño en busca del manjar, seguido de los ratoncitos en una carrera. El hombre empuña el bastón y palpa con él el aire hasta dar con la cabeza del muchacho. Antes de que los roedores puedan alcanzar el premio, éste rueda por el suelo resbaladizo hacia el vestidor.

     Consigue el viejo reponer sus flacuchas piernas sobre la tierra para encaminarse al dormitorio, donde para el huevo saltarín. En una de esas zancadas tropieza, y parece que…, casi cae. Pero no, adelanta, agita de repente los brazos sacudiendo al aire, pues el niño, habiéndose incorporado, lo ha agarrado. El viejo, cogiéndolo de la cintura lo voltea, cayéndose ambos al suelo cuando casi tenían el tesoro en sus manos.

     Y desde el suelo, fatigados por la lucha para hacerse con el premio, buscan dónde está el huevo, pero no ven más que sus escombros, pues los animalillos de mal agüero lo han engullido a toda prisa.