I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Nieve y frío

Francis Alonso Gutiérrez, 19 años

                  Colegio Tajamar (Madrid)  

     La yegua apenas podía con la carga. El labrador la animaba con un “¡Vamos, jaquilla!” no muy apasionado. El frío y la nieve hacían aquello imposible. El pueblo era pura rampa. Después de un trecho, el campesino detuvo a la exhausta cabalgadura frente a la fonda. Ató las bridas y pidió un aguardiente para calentarse. En una mesa hablaban dos hombres.

     -Es un hecho sorprendente –dijo el más grueso.

     -Bah, se le da demasiada importancia – respondió el otro.

     Miraron al labrador y le invitaron a tomar asiento.

     -¿Y bien? –preguntó- ¿Qué discutían?

     -Una historia increíble– respondió el panzudo.

     -Tan increíble –añadió el otro–, que no hay quien se la crea.

     -¡Pues yo lo vi con estos ojos!

     El invitado intervino y les preguntó por la historia. Resultaba que un tratante de ganado había sido sorprendido por la nieve en la montaña y había muerto congelado, de suerte que algunas reses llegaron hasta el pueblo y comenzó la búsqueda.

     -Y hoy lo han encontrado –finalizó el gordo.

     El otro se rio de buena gana y vació su vaso. Dijo que mejor se estaba al calor del hogar y se marchó. El gordo se quedó mirando al infinito y, tras un rato, también se marchó. El agricultor, pues, hizo ademán de irse. El hostelero le invitó a pasar allí la noche, pues atardecía. Pero el hombre respondió que el camino no era largo y salió a la tormenta.

     Reemprendió el camino embozado en su abrigo, abandonó el pueblo y decidió ir monte a través para acortar. Pero tras un rato, el caballo se detuvo, agotado de andar sobre la nieve. El campesino tiró de él, pero era imposible moverlo.

     -Aquí te quedas. Yo me voy, que ya anochece. Mañana volveré a recogerte.

     Y así hizo. Abandonó a la yegua y caminó y caminó sin rumbo. La nieve hacía irreconocible el paisaje.

     “Debo estar cerca”, pensó.

     Pero se equivocaba; la noche le atrapó. Desesperado, buscó cobijo bajo una roca y se puso a rezar.

     A la mañana siguiente escampó y la jaca llegó al pueblo. Sirvió de aviso para buscar el cadáver congelado del labrador.