III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

No desistas nunca

María Alcaraz Ruiz, 16 años

              Colegio Canigó  

      Irremediablemente llegaron las ocho menos cuarto del lunes. “Solo falta una hora y media para que empiece el infierno” pensé, y me di la vuelta para seguir durmiendo. No quería ir al colegio. No quería ver a nadie. Solo deseaba esconderme bajo las sábanas, quedarme solo. Como era de suponer, mi madre me sacó de mi “cuartel” y me llevó hasta la cocina para desayunar. Ella me entendía, pero insistía en que tenía que afrontar los problemas, no huir de ellos. Y estaba en lo cierto.

      Entré en clase con la cabeza gacha, mirando al suelo. Me dirigí rápidamente a mi pupitre, pero me encontré con un obstáculo por el camino. Era Carlos otra vez. No tenía escapatoria. Sus “colegas” se acercaron para rodearme. Empezaron a insultarme, moviéndose alrededor como buitres acechando a una presa moribunda. Pero, afortunadamente, llegó la profesora.

      Las dos horas siguientes se me pasaron demasiado rápido. No quería que llegara la hora del descanso. Pero llegó. Nada más salir al patio, una mano empujó mi cabeza contra la pared. Me empezó a sangrar la nariz. Esa misma mano me cogió del hombro. Todo mi cuerpo de estremeció, me giré y recibí dos patadas. Pero ahí no acababa todo: su diversión solo acababa de empezar. El recreo duraba cuarenta minutos. Estaba seguro de que iban a gastar todo ese tiempo en mí. Así sucedió. Al cabo de veinte minutos no resistí más. Todo se nubló de repente. Me desmayé.

      Nadie se fijaba en aquella personita pisoteada. Me levanté y fui al cuarto de baño para limpiarme. Llevaba muchos meses soportando esos abusos. No lo consentiría más. Debía afrontar el problema. Fue esa la decisión que tomé: me armé de valor y me fui a clase. Me decidí plantarles cara; nada me lo iba a impedir. Con el rabillo del ojo divisé dónde estaban. Le estaba robando el dinero de la comida a un niño tres años menor. Fui hasta ahí y les exigí que se lo devolvieran. Como era de esperar, Carlos me escupió en la cara y me empujó, diciéndome que me largara. Me tragué las lágrimas y le contesté de la misma manera. Sus amigos que quedaron helados. Sabían que yo era más débil, pero vieron algo en mí que no les gustó. Carlos devolvió al chico el dinero y se fueron. Había sido demasiado fácil.

      A la salida del colegio me estaban esperando. Había corrido la voz de lo ocurrido y todos los alumnos de los que Carlos y su grupo habían abusado estaban detrás de mí. Pasé al lado de aquel grupo de abusones. Me dejaron pasar y me fui. Al llegar a casa, le expliqué a mi madre todo lo ocurrido. Me felicito: “sabía que podrías hacerlo”.

      Han pasado bastantes años desde entonces. Soy psicólogo en unos de las consultas de más prestigio de Barcelona. Lo que menos me gusta de mi trabajo es tener que oír cada día tantas historias parecidas a la mía, de niños que sufren en la escuela. Puede que con mi trabajo les ayude a superar el pánico que tienen al colegio, pero lo más importante no está en mis manos, sino en las tuyas.