III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

No me apetece pero,
¿eso qué más da?

Paloma Reguilón, 16 años

                       Colegio Senara (Madrid)  

    Son casi las seis de la tarde. Acabo de leer los nuevos artículos y relatos que se han publicado en la página web de Excelencia Literaria. Ahora me dispongo a escribir y vienen a mi cabeza ideas que no paran en ningún sitio, pensamientos fugaces que no se quedan en nada.

    Escribo líneas y más líneas que no quieren decir mucho más que un: “no sé sobre qué escribir”. Estas palabras guardan un significado de derrota que necesitan la constancia como medicina. Podría haber decidido que hoy no es un día rebosante de inspiración, por lo que cerraría la página de Word y haría cualquier otra. Pero, entonces, no habría escrito.

    Me pasa lo mismo con el estudio, por la desgana que dificulta que me levante por las mañanas a la hora y con casi todo lo que debo hacer. De lunes a jueves tengo un tiempo previsto para estudiar y, no sé cómo, pero la ausencia de ganas nunca me abandona. Todos los días está ahí, esperando que le diga que la acompaño donde ella quiera, ya sea a hablar por teléfono, leer el correo electrónico, ver la televisión o cualquier otra actividad que no implique esfuerzo.

    Sobre las siete de la mañana suena una música muy animada, aunque a esas horas solo me recuerda que tengo que abandonar las sábanas. Justo en ese momento aparece la pereza, que nunca ceja de acompañarme.

    Sé que lo más fácil es dejar de escribir, no estudiar, continuar durmiendo. Sin embargo, que sea lo más fácil no significa que sea lo mejor. Porque claro que apetece sacar buenas notas, llegar al viernes y poder decir que hemos aprovechado toda la semana. Es necesario trascender, ir más lejos que esa flaqueza que nos abruma.

    Por experiencia personal, cuando faltan ganas y entusiasmo, lo mejor es centrarse en lo que realmente queremos hacer. Así nos olvidamos de esas apetencias que nos parecían imposibles de evitar.