V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

No por mucho madrugar

Olga Nafría Febrer, 15 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

En casa nos hemos aficionado a leer el periódico cada día. Cuando mi hermana cumplió dieciocho años, hace unos meses, el Ayuntamiento le regaló una suscripción a una revista o periódico durante un tiempo. Elegimos el periódico que más nos gusta y, a partir de entonces, empezamos a recibirlo. Así que nos acostumbramos a leerlo a diario, cuando antes solíamos hacerlo sólo los domingos.

Leer un diario de mañana tiene todo tipo de efectos sobre mi familia, algunos buenos y otros malos. Está muy bien, porque es una forma continuada para informarnos sobre lo que pasa en el mundo. Tiene el riesgo de que nos deprima ya antes de empezar el día, porque hay noticias penosas. Pero también, de vez en cuando, nos da alegrías. En algunos artículos, reportajes y cartas al director descubrimos que hay gente que dice cosas muy interesantes, y también personas geniales.

Al principio el diario llegaba a casa sin problemas: el rutero lo dejaba en la puerta del edificio. Cuando mi padre salía a trabajar, nos lo subía en un momento. Hasta que un día mi padre no lo encontró. Cuando nos dio la noticia, nos dimos cuenta de que, al estar el periódico en la puerta, cualquier persona de la calle lo podía coger. Decidimos tomarnos el asunto con buen humor y planeamos distintas estrategias. Cada un aportó la suya.

Nos propusimos bajar a por el periódico un poco antes, para evitar que el desconocido “ladrón” se nos adelantase. Después de unos días de vigilancia intensa, mi padre descubrió que lo traían a las seis de la mañana. Cada día se levantaba más pronto para rescatarlo; algunas veces tenía éxito y otras no. Volvía a casa y decía: “Hoy he triunfado”. O bien: “Hoy ha actuado el ladrón de nuevo.”

Pensamos en quiénes eran los posibles sospechosos. Durante unas semanas, nuestra atención se centró en el misterioso caso del periódico desaparecido. Era nuestro tema de conversación, nuestro “gran problema”. Nos divertíamos siguiendo el avance del caso.

Una mañana mi padre se encontró al rutero. Le preguntó si podía dejarnos el periódico dentro de la portería. Pero aquel hombre no podía entretenerse esperando a que algún vecino le abriese la puerta. Intento fallido.

Cuando le conté esta historia a una amiga mía, me dijo que lo más probable era que un vecino se llevara el periódico para recoger las necesidades de su perro durante el paseo matinal. Al cabo de pocos días, al salir de casa para ir al colegio, comprobé que un vecino con su perro regresaba al edificio. El animal puso gesto de estar muy aliviado. Nuestras sospechas se centraron en aquel vecino y mi padre se propuso vigilarlo más de cerca.

Nunca logramos averiguar quién fue el autor de los pillajes. Lo cierto es que nos hizo pasar muy buenos ratos en familia, planeando la manera de atraparlo con las manos en la masa. Más de un día nos quedamos sin periódico, pero valió la pena lo mucho que disfrutamos. Nos ayudó a descubrir que, cuando se toman con buen humor, las contrariedades pierden importancia. Por cierto, ya ha finalizado la suscripción. ¡Qué pena! Quiero decir, ¡qué alegría!