XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Nubes de colores

Paula González Vigara, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Pintando mis nubes de colores me di cuenta de que estaba solo. Plasmar en las nubes blancas los colores de la vida no es tarea para la soledad. Fue entonces cuando Alegría apareció junto al caballete para ayudarme.

Permití que lo hiciera durante mucho tiempo, pero, impulsiva e inestable como es, me estropeaba la mayoría de mis cuadros. Ella no me escuchaba cuando le decía: «Alegría, recuerda, pequeñas pinceladas». Asentía, pero me ignoraba. La sinceridad y sus buenas intenciones drenaban mis ganas de gritarle. No me atrevía a decirle que no necesitaba más su ayuda. Y queriéndome evitar un malestar, me excusaba: «Hoy no hay mucho trabajo… Mañana, tal vez».

En un triste final, se marchó para siempre. Había entendido que no me hacía falta su ayuda.

Entonces Tristeza llenó su vacío. Las nubes necesitaban sus tristes pinceladas. Pero a pesar de la calidad y la precisión de sus colores azulados y grises, Tristeza se marchó tan rápido como había llegado. Era buena, pero lenta y poco productiva. Yo echaba de menos a Alegría y de vez en cuando me arrepentía de haberla despedido.

Al marcharse Tristeza, llegó Ira. Si la hubiera conocido antes, no le hubiese permitido pintar conmigo. ¡Me estropeaba las nubes!... Las pobres no protestaban porque tenían miedo de que se enfadara; era muy susceptible. Yo tampoco me atrevía a enfrentarme con ella, pero llegado un punto tuve que echarla. Pintar no era lo suyo.

Unos días después, Miedo se acercó a ayudarme. ¡Qué bien hacía lo que ya sabía lo que conocía de antemano! Pero en cuanto le sugería que utilizara otro color o que utilizara otro trazo, se negaba, pues era incapaz de salir de su rincón.

—Miedo —le dije—, será mejor que me dejes. A partir de ahora necesito a mi lado a alguien que sepa arriesgar.

Valentía apareció al escuchar mis requisitos. Era muy audaz, demasiado tal vez. En seguida se aceleraba y estropeaba lo que yo había pintado.

—No quiero pintar como tú quieres —me espetaba—. Prefiero experimentar.

-Son nubes, Valentía, mis nubes… No puedes experimentar con ellas como si estuvieran reproducidas en vulgares paredes de la calle. Se trata de hacer una obra de arte, no una especie de... pintura callejera. Si no vas a atender mis recomendaciones, márchate.

Se alejó con el orgullo herido.

Abandonado a mi suerte, terminé como había empezado: solo. Parecía inofensiva, pero Soledad era la emoción que más me hizo sufrir. Me hacía recordar a diario lo solo y despreciado que vivía. Soporté sus acusaciones durante poco tiempo, pues llamó a Presión y me rendí. Había llegado el momento de pedir que todas las Emociones me dejaran en paz. Sentándome en una esquina del cielo rompí a llorar. Miraba mi obra sin acabar, con pena por mí mismo.

Aparecieron una mañana, todas juntas, y comenzaron a disculparse una por una. Con cada disculpa, más cuenta me daba de lo ciego que había sido.

—¡Lo siento mucho! —las interrumpí—. He sido un estúpido; no me hagáis caso. Todas y cada una de vosotras valéis tanto que sin vuestra ayuda no puedo terminar mi obra.

Les dije que se complementaban: Alegría y Valentía, me aportaban el ánimo y las ideas, mientras Tristeza, junto con Miedo, me regalaban sosiego y autocontrol. Ira me ayudaba a decir no cuando yo lo necesitaba, así como a ponerle punto y final a todo lo que me hace daño. Presión me reactivaba y ordenaba cuando me desmadraba y Soledad... Amiga Soledad era la clave de mis nubes porque me empujaba a interiorizar cuando todo me aturullaba.

—Así que, si me disculpáis, espero que me deis otra oportunidad —finalicé.

Pintando junto a las Emociones me di cuenta de que sin ellas mis nubes, que para otros son la vida, nunca hubieran sido tan bonitas. Si Ira y yo nos hubiéramos enfadado, si Alegría no me hubiera sacado una sonrisa, si Tristeza no hubiera llorado conmigo y Valentía, a su vez, no me hubiera ayudado a superar tantos baches… ¿Qué hubiera sido de mí? Miedo controló siempre mis pasos, dejándome un poco de espacio para que Presión hiciera de las suyas para espabilarme. Y ahora que miro mi obra con orgullo, Soledad me consuela porque sabe que debo marcharme para que otros admiren mi trabajo.

—Te prometo que les gustará —me dice con una sonrisa.