II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Nunca sabes cómo te
sorprenderá la vida

Rosa García Macías, 15 años

                Colegio Alcazarén, Valladolid  

    Doy comienzo a una historia irónica y a la vez conmovedora. Una historia real, arrancada desde la calle. Su principal protagonista es Tomás, un hombre despistado, algo sordo, sumido en la vejez -que paulatinamente le arrebata la vida- y pobre. Todavía los hay que se atreven a preguntarle "¿Cómo has llegado a esto Tomás?" "¡Con lo que tú valías!" "¿Has visto que pintas tienes ahora? No te reconozco" Y así, sin más, se dan la vuelta y siguen el progreso de sus vidas sin importarles el daño que lo han podido hacer con sus palabras. Realmente Tomás valía, si se entiende el término “valer” como poseer bienestar económico. No le gusta demasiado recordar su experiencia, pero a mí me dijo conmigo haría una excepción. Y así fue; Tomás me describió su vida.

    Era un hombre rico, ni más ni menos que el dueño de un banco. Manejaba todos los días tales cantidades de dinero que, incluso, llegaba a considerarse un dios. Se dirigía con desprecio a aquellos que le solicitaban ayuda, despedía a grandes empresarios por razones tan insignificantes como que el color de su corbata no hacía juego con la tapicería de su despacho. Manipulaba la vida de los demás como si realmente él fuese su dueño.

    Tomás despertaba el odio de la gente. Si en algún momento salía a tomar café, todos murmuraban y le dirigían miradas que calcaban antipatía. Pero para él estas actitudes no importaban nada. Él era el mejor, el dueño. Todos deberían agradecerle que no les echara a la calle. La empresa funcionaría mejor sólo con él. Y, sin embargo, le clavaban la mirada como alfileres. Sí, ese era su gran error: la codicia. La avaricia le estaban consumiendo por dentro, le estaban arrebatando la dignidad.

    Unos años después las tornas cambiaron y la empresa de Tomás comenzó a caer en picado. Había despedido a los mejores empleados y ahora él estaba solo. ¿Seguía dándole igual? ¿Empezaba a considerar que realmente no era feliz y necesitaba compañía? No, aún no. Seguía convencido de que se bastaba para sacar todo a flote.

    Al año, ya no había solución. Sus clientes le martirizaban reclamando mil deuda, sus antiguos empleados no mostraban el mínimo interés por saber cómo estaba. ¿Y él mismo? Tomás se dio cuenta de que había tenido los ojos vendados durante demasiado tiempo. Cuando quiso quitarse la venda, el paisaje era tan distinto que deseó seguir ciego durante toda su vida.

    La empresa fue cerrada y Tomás se encontró en la calle. Su dinero, al que había considerado durante tanto tiempo como su mejor amigo, también le había abandonado. Pesaban sobre su espalda tantas denuncias que comenzó a ser considerado con el apelativo de “estafador”.

    Perdió su ropa cara, los cuadros y muebles y, por último, su casa. Ahora se encontraba en la calle y por primera vez se paró a pensar lo que había hecho con su vida, en qué clase de hombre se había convertido. Ni él mismo era capaz de reconocerse. El dinero había sido la mayor trampa de su vida. He aquí la mayor paradoja de su vida: la fortuna se lo había robado todo. Aquélla noche Tomás no durmió. Se dedicó a pensar en todas las faltas que había cometido, en el daño que había causado.

    El día que entrevisté a Tomás ya habían pasado dos años desde que comenzara a vagabundear por la ciudad. Aún sigue durmiendo en el mismo lugar, donde asegura que recuperó su vida. Por las mañanas el aire húmedo y frío le despierta y le señala que es hora de afrontar una nueva jornada.

    Habrá gente que al leer mi artículo y las palabras de este pobre indigente, opinarán que soy un idealistas. Sin embargo, tengo que insistir en que ahora es cuando este hombre realmente es feliz. Come con amigos en un establecimiento y por las tardes acude a la iglesia a pedir limosna. Su vida, como dije al pr