II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Obsesión

Verónica Casais, 15 años

                  Colegio San José de Cluny (Santiago de Compostela)  

    No recuerdo cuanto todo empezó a escapárseme de las manos y se convirtió en una obsesión. La primera vez que vi una foto tuya, me fijé en tu sonrisa. Una sonrisa brillante y dulce, tal vez amable. Una sonrisa para admirar durante horas. Miré tus ojos y me parecieron especiales.

    Entonces, no recuerdo cómo, comencé a imaginarte. ¡Qué estupidez! Te atribuí rasgos que en realidad no tienes. Te creé una personalidad a mi medida. Y me imaginaba tus abrazos y tus gestos, e incluso sonaba en mis oídos esa voz que nunca he oído. Pero me hablabas, me inventaba horas de largas conversaciones contigo, sabiendo que eran ficticias pero sin querer creérmelo.

    ¡Y qué inmensa agonía darme cuenta que ni siquiera sabes de mi existencia! Poco a poco fui necesitando saber más sobre ti, como si eso pudiese acercarnos. Te soñaba por las noches, y tomabas una forma cada vez más real, como si estuvieses a mi lado. Rastreaba informaciones acerca de ti, te quería cada vez más.

    De repente, tus fotografías comenzaron a colarse en el álbum, y parecían intrusas junto a las imágenes de paisajes que siempre tomo porque no me gustan las fotos de personas. Se me olvidaban otros nombres y rostros, y mis labios se habituaron a contar historias sobre ti. Te fuiste apoderando poco a poco de mis conversaciones, reduciéndolas a un único universo: tú.

    Pero seguías estando lejos. Tu persona aún era inalcanzable y no podía soportarlo. Yo no lloro, pero lloraba por ti. Mi conciencia me machacaba por haberme enamorado de ti, y para acallarla no tuve más remedio que alimentarla de falsas esperanzas. Tú me querías. Tú buscabas a alguien como yo. Tú pensabas en mí, me soñabas como yo a ti. Me fui convenciendo, sin quererlo, de certezas inventadas.

    ¿Cómo pudiste hacerlo? Se me caen las lágrimas cada vez que recuerdo ese momento. No pude soportar verte con ella. Parecía una muñeca artificial, sin encanto, sin personalidad. Vi como la mirabas y casi caigo de rodillas en el suelo. No era posible; tú me pertenecías. Eras mío. Me lo susurrabas al oído por las noches en mis sueños.

    Tenía que acercarme a ti. Tenía que hacer que te olvidases de ella. Era mi deber protegerte. Tenías que fijarte en mí. Tú necesitabas a alguien como yo. Me merecías a mí y no a ella. Estábamos hechos el uno para el otro. Pero no me dejaste acercarme. Cada vez que intentaba hablarte, me rehuías, creyendo que estaba loca. Me gritabas que dejase de inmiscuirme en tu vida, que dejase de acosarte.

    ¿Todavía no lo entiendes? Me perteneces: yo te he inventado. Conozco cada uno de tus rasgos, cada uno de tus movimientos, cada uno de los adjetivos con los que puedo describirte. Tenía que hacerlo ¿comprendes? Me obligaste. Ella me obligó. Con su manera de pintarse como un cuadro barroco, con sus andares de alguien que aspira a ser modelo, y su forma de situarse a tu lado como un florero, como un simple atrezzo.

    ¿Cómo pudiste querer a alguien así? No se puede amar a un decorado. No entiendo por qué significaba tanto para ti. Yo era tu mujer ideal. Me despreciabas, le susurrabas a tus amigos: “ahí está esa loca”. Ella sonreía y me miraba con altanería, sé que me decía con los ojos: “nunca será tuyo”.

    A partir de entonces ya no te imaginaba hablándome, ni soñaba tus palabras de amor. Inventaba una y otra vez que la abandonabas, que la dejabas por mí. Y ya casi me daba igual mi felicidad. Me veía mirándola y riéndome. Me convertí en una cínica. Al fin y al cabo, ¿qué podía hacer? No me dejaste opción.

    Me presionabas, me pedías que te liberase de aquella carga, y yo quería hacerlo pero no sabía cómo. Hasta que, sin que yo lo hubiese buscado, un plan comenzó a forjarse en mi mente, cada vez más perfecto. Todo estaba calculado. Todo pensado al milímetro. Era feliz porque creía que iba a funcionar.

    Nunca he sido una persona inocente. No suelo ser demasiado ilusa. Me enamoré de ti porque tu sonrisa me sedujo. Me buscó ella a mí, no yo a ella. Nunca creí que nuestro amor fuese un imposible. Yo soy realista, incluso calculadora. Por eso el plan era perfecto.

    Me compré lo necesario. Lo observaba por las noches. Acariciaba el material que me llevaría a la felicidad. Y me dormía abrazada a ilusiones que creía realidades. Todo saldría bien. Nada iba a fallar. Todo estaba calculado. Estas frases se convirtieron en mi particular oración. Las repetía constantemente para ganar seguridad.

    Llego el momento. Sabía dónde vivías. Sabía que ella estaba contigo. No tenía dudas. No tenía conciencia. No tenía nada. Sólo mis sueños contigo y una pistola en la mano. La acariciaba. Me aferraba a ella. Sabía que era la puerta hacia mi felicidad.

    Cuando llegué a tu casa e dije al mayordomo que era un asunto muy importante, y que tenía que veros a los dos. Él no me conocía. No se fijó en el bulto que sobresalía en el bolsillo de mi abrigo. Me llevó hasta vosotros. Caminé tras él tranquila, no me tembló el pulso ni un solo instante. No tenía por qué.

    Me recibisteis en el salón. Vi la cara que pusiste al verme, pero no te fijaste en lo que había en mi mano. Ella sí desconfiaba. Era inteligente. Tal vez más que tú. No recuerdo lo que dije. Creo que nada. Saqué la mano del bolsillo. Acariciaba el gatillo casi con cariño. Llegó el momento. Apunté hacia ella. Hacia el corazón; quería ser certera. No me gusta demasiado el ruido, ni la pólvora ni la sangre. Sólo quería dar un disparo. Sólo llevaba una bala.

    Apreté el gatillo y casi no se oyó el disparo. Se oyó tu grito estremecedor, un “no” que casi hace derribarse los cimientos de la casa, y te interpusiste. Interceptaste la bala que iba dirigida a ella. Fue certera: te dio en el corazón.

    Me caí en el suelo. Lloraba. Me llevé la pistola a la sien. Apreté el gatillo. Sólo había una bala: la que estaba en tu corazón. Comencé a gritar, me derrumbé. Ella llamó a la policía. Vinieron rápido y me detuvieron. No me dañaban las esposas. Me dañaba la conciencia.

    Les agradezco que me trajesen a este sitio. Vivo en una habitación blanca y pequeña. Me dedico a recortar fotografías tuyas y ponerlas en el álbum. Ya no me gustan los paisajes. El mundo es horrible. Desde que no estás tú nada tiene sentido. Pero sigo imaginándote y soñándote por las noches. A veces recuerdo la despedida, y me duele, y me pongo muy nerviosa, lloro y grito. Pero aquí me tranquilizan. Me dan calmantes y somníferos, entonces puedo volver a mi rutina.

    Sé que estoy loca. Te sigo queriendo igual. Me arrepiento de lo que he hecho, porque te he perdido y no existe ninguna posibilidad de recuperarte. Sé que estoy loca porque todavía me imagino cómo hubieran las cosas de no haberte interpuesto en mi disparo. Sé que estoy loca..., por ti.