III Edición
Curso 2006 - 2007
Ojo por ojo
Lara García Simón, 16 años
Colegio Pinoalbar (Valladolid)
-Rafaela, le llaman de la editorial. Dicen que es urgente.
Ella levantó los ojos por encima de sus llamativas gafas de pasta violeta. Su mirada revelaba la cantidad de noches que llevaba en vela. Un rizo se le escapaba sobre el rostro.
-¿Quién es?
-Lo siento, no han dado mas referencias, pero por la voz sé que es un hombre
-Pásamelo... ¿Si...? ¿Quién es...?
-¿Rafaela Encinas?
-Dígame.
-Acabamos de recibir otro trabajo. Su proyecto tendrá que esperar.
-Pero, llevo inmersa en este proyecto mucho tiempo. Me habían concedido unos días más. ¿Qué ocurre?
-No lo sé ,señorita.
-Disculpe, pero creo que esto merece una explicación. Su voz me parece conocida. ¿Con quién hablo?
-Mi nombre es Pedro Bermúdez. Yo mismo le encargué el libro, pero sólo soy un fiel ejecutor de los mandatos de mi jefe . Créame, tampoco yo entiendo por qué usted no es la candidata .
-Muy bien... Gracias.
Rafaela colocó el aparato sobre su pecho, respiro hondo y colgó. Pasó unos minutos en silencio y, mirando al techo, grito: “¿Por qué? ¿Por qué ahora?”. Comenzó a mover los ojos como si buscará algo. Encontró una foto debajo de sus papeles. Le dio la vuelta y leyó en alto una dedicatoria: “Para mi pequeño soldado, que llegará a ser una gran escritora”. Empujó la silla, descolgó del perchero su gabardina, agarró bruscamente el bolso y se marchó del despacho. Ni tan siquiera cerró la puerta con llave, como acostumbraba. Llamó al ascensor y aprovechando la espera se hizo una fuerte lazada con el cinturón de la gabardina.
Por fin salió a la calle. Llevaba días sin hacerlo. La ciudad parecía vacía ,sin ruido. Miró el reloj: las agujas marcaban las diez y media de la noche. Comenzó a caminar. Se había embarcado en una aventura y, desgraciadamente, había fracasado. Tanto tiempo de dedicación tirado por la borda...
Acudió a un restaurante cercano.
-Hola Moncho, ponme... –se tomó un tiempo para pensar- lo de siempre.
Se sentó en una esquina del amplio comedor y a través de la cristalera comenzó a contemplar la noche. Moncho se sentó junto a ella.
-¿Qué te pasa, condesa?
-Me han rechazado el libro.
-¿Por qué?
-No soy la candidata. Tenía esperanzas, sabía que podría publicar, pero alguien se me adelantó.
-Rafaela, llevas días sin dormir. No pidas que este disgusto te siente bien.
-Sólo pido que me valoren mi trabajo. Me lo habían asegurado... Bueno, en realidad fui yo la que hice mis sueños. Soy una...
-Eh, para, para. A las chicas guapas como tú no se las insulta y tu estabas al límite de hacerlo.
-Gracias.
-Contéstame a una pregunta: ¿Qué haces en esta ciudad, sola y separada de tu familia?
-También yo me lo he preguntado muchas veces. Estaba a punto de cometer una equivocación, pero gracias a Dios rectifiqué a tiempo. Huir era el único modo de olvidar.
-¿En que te ibas a equivocar?
-Prefiero no recordar. Sólo de pensarlo me hago daño.
No terminó el plato. No tenía fuerzas ni para comer Dejo veinte euros sobre las mesa y se fue a casa. Sacó las llaves del bolso, descorrió los cerrojos y entró. Había dejado las luces encendidas. Se quito los zapatos, se tiró sobre el sofá, alcanzó el mando y encendió el televisor:
Gabriel Arribas Director de la editorial La Condesa, ha sido asesinado por la joven escritora Rafaela Encinas. El motivo, según todos los indicios, es el rechazo de sus libros.
El móvil de Rafaela comenzó a sonar. Le temblaban las manos.
-¿Sí? -saludó con la voz entrecortada.
-Rafaela, soy Martín o, lo que es lo mismo, Pedro Bermúdez. Donde las dan las toman. Tu me dejaste a la puerta de la iglesia y yo he hecho que te culparan de un asesinato. Al fin, he ajustado cuentas.
-¡Olvídame!
-Te negaste a tener a un hombre inteligente como marido. No saldrás de esta, todo está muy bien pensado: Tu secretaria cree que te llamamos de la editorial. En el restaurante no quedan pruebas de la hora en que estuviste y el camarero no testificará a favor de una mujer solitaria de la que apenas sabe nada de ti, salvo tu obsesión por escribir. Quizá es ella la culpable de que mataras al director de La Condesa.
Rafaela no podía escuchar más el toniquete de odio con el que le hablaba aquel hombre. Colgó.
Rápidamente, llamó a Moncho.
-Me acaban da acusar de un crimen del que no soy culpable.
-Lo siento, Rafaela. A mí no me vas a engañar.
-Moncho...
Pi,pi,pi…