III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Otra manera de mirar (II)

      Cosas que se vieron
     en la calles

            Cristina Madariaga, 16 años

                          Colegio Ayalde (Bilbao)  

   “Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego”


    Ella corría nerviosa. Llegaba tarde. Se asomó a la ventana de la sala y allí a lo lejos le vio. Él esperaba pacientemente su llegada, como cada día, entre bostezos y perezas mañaneras. Le daba un poco de vergüenza verse ahí plantado, al lado de uno de los semáforos más transitados, en pleno centro de la ciudad, recostado sobre la pared del edificio que les hacía las veces de punto de encuentro.

    Ella por fin salió de casa y echó a correr con los ojos fijos en él, no fuera a ser que después de tanta espera se diese por vencido. Ella se divertía observándolo. Veía su expresión inquieta que, como de costumbre, iba a parar a sus zapatos.

    Por fin, él la vio. Entonces ella sonrió y aminoró el paso. Cuando llego hasta él, se disculpó. Él, por supuesto, aceptó unas disculpas que ni si quiera necesitaba pedir.

    Ella había pasado una noche terrible. Tenía un examen y los nervios a flor de piel. Por eso había llegado tarde. El sueño había podido con ella, pero después de tantas horas de histeria, sólo necesitó un saludo para calmarse y olvidar todo lo demás. Se reían, se miraban y se entendían. De pronto, comenzó a llover. Sacó él un pequeño paraguas de su mochila.

    Mientras los demás corrían de un lado para otro, arrimándose a las cornisas de los edificios, usando carteras, libros e incluso bolsas para no mojarse, ellos permanecían sumidos de lleno en su mundo, en su conversación, en su amistad.

    Tan solo pasaban juntos media hora al día en lo más temprano de la mañana, desde las siete hasta que llegaba el autobús escolar. Aquellos treinta minutos eran suficientes para mantener viva su amistad.

    Aquel edificio administrativo y el semáforo habían sido testigos de todas sus reuniones, reuniones muy variadas: alegres, reivindicativas, emotivas, tristes, angustiosas..., día tras día, hiciera sol, estuviera nublado o lloviera. Ninguna condición atmosférica rompía la magia que se creaba en torno a ellos cada vez que se encontraban.