XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Palabras afiladas

Qide Zheng Zhao, 14 años

Colegio Mulhacén (Granada) 

A veces me pregunto cuántas veces habré insultado a mis compañeros, a mis amigos y a mis hermanos… Muchas, sin duda, y en todas ellas estoy seguro de haberles hecho daño aunque no me haya dado cuenta. Una palabrota dicha en un momento equivocado o a una persona que no se la merece, deja heridas que, seguramente, cuesta que sanen, pues las palabras son como las navajas y nosotros, por tanto, cuando las usamos con violencia, los asaltadores. Sin embargo, aunque parezca una contradicción, el taco bien utilizado, con elegancia, nos hace caballeros del lenguaje.

Las palabras son nuestras principales herramientas de comunicación. Nos las dieron cuando éramos muy pequeños, las aprendimos y, al crecer, las consolidamos, aunque también aprendimos a usarlas como armas de doble filo. Escogerlas sin propiedad es como conocer los movimientos de un duelo a espadas, en el que uno de los hablantes —o los dos— pueden salir heridos, pues a veces nos entrenamos en el uso de la espada sin ser conscientes del daño que podemos hacer, aunque sean heridas leves. Y entre las heridas, las hay que se quedan marcadas para toda la vida y aquellas que desaparecen con el tiempo y sin dejar la señal de una cicatriz.

Esas heridas leves causadas por las palabrotas pueden venir, por ejemplo, con un insulto usado como broma. Me sucedió hace poco entre amigos. Al recibirlo me sentí molesto, pero no lo expresé durante la conversación. Después le dije a la persona que lo había soltado que no lo volviera a hacer, porque me había molestado. Como buen amigo que es, me pidió perdón.

No está de más que nos controlemos a la hora de hablar. Y si se nos escapa una mala palabra dirigida a una persona, nada como pedir disculpas.