V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Parásito

Marta Echániz, 15 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

Quizás yo no te conozca, pero tú sí a mí. Y la primera reacción que te causa el verme es el continuo desagrado y desprecio que tenéis a los que son como yo.

Hace algún tiempo no era capaz de sentir nada –y cuando digo nada, es nada- hacia vosotros. Ahora, por desgracia, soy un “algo” inteligente y puedo y sé pasar inadvertido, por encima de cualquier programa prepotente de antivirus que contenga la CPU. Soy capaz de infiltrarme, camuflado, en todos los archivos. Y aunque al principio me era difícil subsistir, mis años de trabajo me han enseñado a ser paciente.

Después de desbaratar el sistema y ver agonizar un ordenador que se había atrevido a descargar programas por internet, me pregunté: <<¿Por qué lo hago?>>.

Allí nació lo que vosotros, los humanos, llamáis conciencia. Y con ella acudieron los remordimientos y la continua culpabilidad. Desarrollé una curiosa personalidad que me hizo abrir los ojos hacia nuevas expectativas, como si causar mal a mi alrededor no fuese lo único que pudiera hacer.

Pero, ante mi desesperada búsqueda, no encontré nada, ya que estaba programado para destruir y desconfigurar, y no podía cambiar algo que me hacía ser yo mismo.

Necesitaba darle un sentido a mi vida. Por si no lo habéis notado, estaba desesperado, desolado y muy angustiado ante la idea de vagar sin rumbo por internet con el único pensamiento de <<No debería existir>> o <<Me odio y debería recurrir al suicidio informático>>.

Y en medio de esa confusión, y cuando ya había perdido toda esperanza, me recordé a mí mismo, con ímpetu: <<He sido capaz de convertirme en algo más que en un virus informático; me he convertido en un ser racional, con conciencia, sentimientos y pensamientos. No tiraré la toalla. Intentaré -aunque eso me provoque caer en las garras de la locura- hasta el fin de mis días, combatir estos pensamientos pesimistas>>.

Pude dar un sentido a mi vida y a la vez emplearme en aquello a lo que estaba acostumbrado a hacer. Así que me deslicé sigilosamente en el interior de aquel ordenador y supe no llamar la atención a los múltiples antivirus. Debo reconocer que tuve suerte: un leve indicio de que me encontraba dentro, habría servido para aniquilarme.

Manipulé todos y cada uno de los antivirus. No fue nada fácil. Me costó reunir las fuerzas suficientes para desprogramarlos y convertirlos en papilla. De hecho, empleé seis meses en conseguir tener el ordenador bajo control.Y entonces empecé a quemar los archivos del sistema, a hacer que se quedará el CPU bloqueado constantemente y observé, con satisfacción, como todo aquello que había supuesto un tremendo esfuerzo en construir, lo desvalijaba yo en apenas unas horas.

Me reí. No era como una risa humana, por supuesto. Mi risa sonaba como el tono de vibración de un móvil.

El ordenador moría. Mi propio creador había probado su misma medicina. Sin esperárselo, había recibido aquel ataque. Estaba frustrado, con los ojos fijos en la pantalla, gritando, de mal humor.

Y es que él no era del todo consciente del mal que generaba a los demás. De esta manera podría saber lo que se siente uno cuando alguien, con el único propósito de fastidiar, hace fallecer a tu querida computadora. Quiería mostrarle en qué clase de persona se había convertido. Hacerle replantearse lo que hacía.Pero, ante todo, quería que su saber informático lo utilizara en cosas más útiles.