II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Perdone, ¿es usted el hombre
de mi vida?

Mª Lourdes García Trigo, 16 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

    La historia que vamos a relatar transcurre durante la noche. Pongamos, por ejemplo, las diez. En Sevilla, en la calle Betis, desde donde se puede ver el puente de Triana iluminado, la Torre del Oro y, sobresaliendo detrás de todo, la Giralda.

    Cerca de una farola espera un hombre de pie. Viste abrigo negro, abotonado hasta el cuello (no olvidemos que estamos en invierno), y unos pantalones del mismo color. Al poco tiempo se acerca una señora que se queda cerca del caballero que acabamos de describir. Ambos se miran. Tras varios minutos la señora se vuelve.

     -Perdone, ¿ha quedado aquí con alguien a las diez?

     -Eh… Sí. Me he citado con la mujer de mi vida –vacila un tanto y pregunta– ¿Podría ser usted?

     -Creo que sí. Yo también he quedado con el hombre de mi vida. ¿Cómo se llama?

     -Perdone, debía haberme presentado. Soy Rodrigo Gutiérrez.

     Le extendió una mano que ella estrechó a su vez.

     -Encantada. Yo soy Amalia García. ¿Cómo me ve?

     -Pues…, si he de serle sincero, la imaginé rubia.

     -Si eso es un problema, me tiño.

     -¡Oh, no! No se moleste. La encuentro así muy favorecida.

     -Gracias.

     -No hay de qué. Y usted, ¿cómo me imaginó?

     -La verdad, creí que era más alto.

     -Bueno, hoy llevo zapatos de suela plana.

     -No se preocupe. El próximo día vengo sin tacones y usted con otros zapatos de suela más alta. Si no le importa, claro.

     -En absoluto.

     Se hizo un silencio.

     -Perdone. ¿Cómo es usted de carácter? –preguntó Amalia.

    -¡Oh! Soy bastante tímido, sobretodo al principio. Cuando cojo confianza ya hablo más. Por cierto, he de advertirle que ronco mucho por las noches.

     -No se preocupe por eso. Tengo el sueño muy profundo. Yo, en cambio, soy más extrovertida y muy habladora. Si le aburro, no dude en interrumpirme.

     -No. Continúe, por favor. Tiene usted una voz preciosa.

     -Gracias. No hay mucho más que decir de mí. Como rápido y duermo poco. ¿Sabe que tiene unos ojos muy bonitos?

     -Gracias –respondió sonrojándose.

     Se hizo otro silencio, bastante incómodo, hasta que lo rompió Rodrigo, sacudiéndose un polvo invisible de los zapatos.

    -Supongo que tendré que decirle algo bonito para formalizar nuestra relación.

    -Sí. Creo que sí. Tranquilícese. Yo también estoy algo nerviosa, pero no será para tanto.

    -Sí, claro… Eh..., gracias. Bien, allá voy –carraspeó profundamente y cambió el tono de su voz, una milésima más grave –Amalia, te quiero.

    -Yo también, Rodrigo.

     Se acercaron más, hasta rozarse las manos.

     -¿Querrías casarte conmigo?

     -¡Sí!

     Cogidos de las manos, se miraban a los ojos.

     -Perdona, soy un poco torpe en esto... ¿Tengo que besarte?

     -Creo que no es necesario, pero normalmente se hace.

     -De acuerdo.

     Sus labios se rozaron levemente y se separaron.

     -¿Nos vamos ya?

     -Vámonos.

     Cogidos del brazo, anduvieron toda la calle hasta que desaparecieron.