III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Pez

Sara Mehrgut Palenzuela, 15 años

                 Colegio Alcazarén (Valladolid)  

    Hola, soy tu pez. Aunque parezca tonto, se diga que no tengo memoria y me consideres un adorno, yo te observo todo el tiempo. Cuando me compró tu madre, me sentí muy feliz. Tu casa era más alegre que el sitio de donde venía, una mal oliente tienda de mascotas. Te alegraste al verme y me diste tanta comida que, por la falta de costumbre, me dio la sensación de que iba a explotar. Poco después llegaron otros muchachos, con paquetes que brillaban. Pero a través del cristal de mi pecera todo se percibía distorsionado.

    Fueron pasando los días, que se volvieron monótonos y aburridos en aquella pecera redonda. Tu me colocaste sobre la encimera y te medio olvidaste de mí. Pero yo te observaba: te levantabas cuando aun no había amanecido y te ibas de la habitación. Pasaban unos minutos y volvías con una gran mochila. Te despedías de tu madre (siempre fuisteis muy cariñosas la una con la otra) y te marchabas. A media mañana tu madre se acercaba a mi pecera y me alimentaba. No me habíais dado un nombre. Tu madre, al fijarse en la ansiedad de mis boqueadas por terminarme mis manjares diarios, decidió bautizarme como ‘glotón número dos’. Tú eras su ‘glotona número uno’.

    Pasaron los meses. Todos los días se repetían como si fuesen copias los unos de los otros, hasta que una mañana nadie me dio de comer. Yo esperé paciente a tu madre, pues otras veces también se había demorado. Pero mucho antes que de costumbre apareciste. Traías la miraba desviada y no cesaban de brotar lagrimas de tus ojos. No entendía lo que sucedía. Te tumbaste en tu cama y no dejaste de murmurar enrabietada. Pero pasó el tiempo y te quedaste dormida. Yo disfrutaba al verte descansar y escuchar tu acompasada respiración. Al rato llegó tu padre (al que casi no conocía). Me fije, que también pasó el umbral de tu puerta con los ojos enrojecidos. Se acercó y te acarició. Al instante te despertaste y le diste un fuerte abrazo. No sé cuánto tiempo transcurrió. Sentí que la vida se había detenido entre vosotros dos.

    Han pasado dos días y tú no has salido de la habitación. No he vuelto a ver a tu madre. Mi agua esta sucia y tengo hambre.

    Tres días después de ese suceso, siento que me estoy despidiendo. Me cuesta encontrar el aire. De repente, te das cuenta de que estoy ahí y apresuradamente te acercas. Si pudiera hablar, no sabría que decirte... Puede que “adiós” fuese la palabra más indicada.

    Tomas el bote y me echas comida en vano, pues no tengo fuerzas para alcanzarla. Vuelven a brotar lágrimas de tus ojos, pero sé que no es por mí, si no por lo signifiqué para tu madre.