XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Piezas de un puzle
Carlos Garde, 17 años
Colegio Mulhacén (Granada)
Siempre me ha fascinado el ambiente de los institutos americanos tal como se representa en las películas, en las que suelen mostrarnos grandes pasillos repletos de movimiento, brillantes colores y grupos de estudiantes con aspecto de lo más dispar: unos visten ropa deportiva, dispuestos a darlo todo en el partido de béisbol de la semana; otros cargan con un instrumento musical, mientras alguno se pasea mientras repasa ávidamente un problema matemático. Nada más lejos de nuestra realidad, de la realidad de nuestros institutos españoles, quiero decir, en la que predomina una pesada monotonía.
No digo que en nuestro país los estudiantes seamos insulsos; todo lo contrario: se nos conoce por nuestra alegría y la querencia a festejar cualquier circunstancia. Sin embargo, nos falta distinguirnos unos de otros, es decir, que nuestras aficiones sean variopintas. Me resulta evidente cuando salgo con mis amigos los viernes por la tarde y miro alrededor: casi todos los chicos de mi edad vestimos igual, tenemos cortes de pelo con el mismo aire y compartimos los mismos gustos respecto a los videojuegos, las redes, la música, el deporte, las series…
Todavía me acuerdo de los intereses que tenían mis compañeros hace diez años. A uno le gustaba el baloncesto, otro hacía kárate, a mi mejor amigo le encantaba la ciencia ficción… y yo era un apasionado del espacio exterior. Sin embargo, conforme crecimos nuestros gustos se igualaron: empezamos a cambiar aquellas aficiones que nos encantaban por otras que quizás nos gustaban menos, pero que gustaban a todos los demás, lo que era necesario para que formáramos parte de un grupo.
Pasado el tiempo, me he convencido de que no debemos cambiar aquellas cosas que nos hacen especiales. Nuestra personalidad debería ser como la pieza de un puzle sin hacer, cada una con una forma y un color diferente al resto. Mis amigos y yo, para igualarnos, moldeamos las fichas hasta que logramos una pieza cuadrada, sin considerar que las piezas cuadradas siempre encajan con otras semejantes, pero terminan por ser todas iguales.
Deberíamos cuidar aquello que nos hace destacar, conservar esa forma única por la que somos conocidos, apreciados y queridos. Si de ese modo no consiguiéramos el lugar que deseamos en una pandilla, resistámonos a cambiar con tal de ser aceptados. Es mejor que nos esperemos a encontrar a la persona con la que nos entendamos, que alberguemos la esperanza de hallar una pieza singular que encaje perfectamente con la nuestra.