VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Pincel en cuadro

Rosana Molero, 17 años

                 Sierra Blanca (Málaga)  

Cristina deslizaba el pincel con delicadeza. El lienzo mostraba un precioso paisaje, en el que, sin embargo, se dejaban notar trazos de principiante. Pero es que no quería estropear su cuadro por nada del mundo. Llevaba un par de meses con él, esforzándose en cada detalle.

Su madre apareció por detrás y se quedó observando el cuadro, pensativa.

-El agua del lago… –dijo, pero no terminó la frase.

-¿Qué le pasa? –se sorprendió la muchacha.

-Necesita adquirir un poco más de realidad.

-¡Pero si es lo que más me ha costado!

-Déjame que te ayude.

-No, mamá. Déjalo. A ver si se va a estropear.

A Carmen le molestó aquel comentario.

-¿Por qué? Yo solo quiero mejorarlo, no estropeártelo –abrió los ojos como platos-. Permíteme intentarlo. Si no te gusta, te aseguro que no volveré a tocar un cuadro tuyo.

Con un ademán de rendición, Cristina le cedió el pincel, dispuesta a reprochárselo si le empeoraba su obra.

Carmen miró de reojo a su hija. Sabía lo que le esperaba si el cambio no llegaba a ser de su agrado. Sin embargo, no se había instruido en el arte de la pintura en vano. Cogió la paleta de colores y mezcló blanco con azul, adquiriendo un pálido tono celeste. Dio unas pinceladas, haciendo que el agua adquiriera movimiento, volumen, realidad. Al cabo de unos minutos, depositó el pincel en el tarro con aceite y miró a su hija, que no podía disimular su cara de asombro.

-¿Cómo lo has hecho?

-Ay, hija. No aprendes. Tienes que confiar más en mí –le reprochó-. Soy tu madre y nunca debes pensar que hago las cosas para molestarte.

-Pero…

-Pero –le interrumpió- lo más importante es dejarte enseñar. No creer siempre que llevas la razón.

Cristina bajó la mirada, avergonzada.

-Lo siento –dijo, finalmente.

Carmen se limitó a mirarla con cariño y a lanzarle una sonrisa. Luego le hizo alzar la cabeza para darle un par de palmaditas cariñosas en la mejilla.